La pandemia de coronavirus es una de las más importantes en la historia moderna, comparable en severidad y letalidad a una guerra.
Varios estudios han mostrado que los casos de coronavirus en niños pequeños tienden a ser leves, y que los casos en jóvenes o adultos tienen tasas de letalidad bajas. En ancianos o personas con enfermedades crónicas la tasa de letalidad es mayor al 6%, pero en personas sin enfermedades crónicas la tasa de letalidad es menor al 1%.
Pero más interesante que toda la teoría, quisiéramos saber: ¿cuándo va a acabar? ¿Hay respuesta? Y bueno, sí, la hay: la epidemia muy probablemente va a acabar o a disminuir significativamente (hasta convertirse en historia) antes del final del invierno 2020-21, probablemente para marzo o abril del 2021. ¿Por qué? Veamos.
La población mundial no está protegida, sin embargo, a medida que la gente se infecta, el nivel de inmunidad de la población aumenta. Y cuando el nivel de inmunidad de la población se acerque a la mitad de la población el virus no podrá seguir diseminándose. Por lo cual, tendrán que pasar un par de olas epidémicas, y que una buena parte de la población se haya expuesto. Para seguir diseminándose, cualquier epidemia o pandemia necesita que una proporción elevada de la población sea susceptible.
Dada la urgencia, los incentivos económicos/productivos de las empresas, el nivel de desarrollo de la tecnología, y la increíble conectividad facilitada por el internet, se espera que para el final del próximo invierno ya haya una o varias vacunas (si es necesario esas vacunas podrían obtener autorización para el uso bajo reglas de “uso emergente”).
También es bastante probable que existan para entonces antivirales específicos contra el coronavirus (y, para entonces, otros antivirales ya existentes habrán probablemente comprobado su utilidad contra el covid-19). Además, seguramente otras opciones.
Mientras tanto, hay que seguir siendo muy cautos, porque en algún momento, recuperaremos la normalidad, prudentemente, para que las consecuencias en la economía de los hogares no sean mayores que las consecuencias de una enfermedad. Hasta entonces, evitemos mantener contactos cercanos, no acudir a lugares donde hay multitudes, no acercarnos a personas que tosan, no tocar objetos que puedan estar contaminados y lavar nuestras manos con muchísima frecuencia (también recuerden limpiar el celular que es lo que más tocamos y usamos en estos tiempos modernos).
Además, no olvidemos a quienes, por atendernos, se exponen excesivamente, incluyendo no solamente a los trabajadores de salud, a las valiosísimas enfermeras, bomberos, policías, sino también a los anónimos y frecuentemente mal pagados empleados de supermercados, farmacias, tiendas, recogedores de basura y otros muchos. Acostumbrémonos a darles gracias cada día.
Es un misterio por qué López Obrador ha elegido ignorar incluso las recomendaciones más básicas de distanciamiento social, por qué ha elegido ir por el lado equivocado.
Ya en la fase exponencial de contagios y en medio de una declaración de “emergencia sanitaria por causa de fuerza mayor”, las autoridades sólo pueden confiar en que los ciudadanos decidamos quedarnos en casa.
Más que utilizar dinero público y estímulos que aparentemente no van a llegar, ya todo depende de que los mexicanos no salgamos de nuestras casas.
Aletia Molina
@AletiaMolina