Gracias por asomarse a la ventana…
Este dos de octubre se cumplen 51 años de la matanza de Tlatelolco.
La fecha convoca a marchas y protestas por aquella represión infame que ahogó en sangre el movimiento estudiantil.
También es ocasión propicia para que las hordas anarquistas, equipadas con palos, aerosoles, botellas y pistolas de agua rellenas de gasolina –a modo de primitivos lanzallamas– tomen de nuevo a la Ciudad México en calidad de rehén, rompan vidrios, intenten incendiar portones, destrocen y saqueen comercios, y pinten pintas sobre las pintas en muros de edificios y monumentos históricos.
Por eso la advertencia presidencial a conmemorar este 2 de octubre de manera pacífica, sin provocar actos autoritarios y represivos.
Para eso, López Obrador pide a los manifestantes lo que debería exigir a la policía: evitar la infiltración y la furia de los violentos callejeros.
Es peligroso que la sociedad asuma la obligación que debe ser de los uniformados, todo para que el gobierno no manche su plumaje y evite el riego de ser etiquetado como represor de los profesionales del alboroto.
Es decir, otra vez los uniformados sólo estarán viendo de lejos, como la semana pasada, y que la sociedad civil les haga la chamba.
A los encapuchados, sin dios ni patria, hijos del anarquismo conservador, les vale gorro el anhelo presidencial de paz y amor. El mensaje les entra por una oreja y les sale por la otra.