Gracias por asomarse a la ventana…
El Partido Revolucionario Institucional ya tiene nuevo dirigente. Alejandro Moreno, alias “Alito”, ganó de calle la contienda interna, con más del 80% de los votos, y terminó por quedarse con las migajas de un partido político al cual nada más le van a faltar los militantes, los simpatizantes, los electores… y el poder.
Por lo demás, el PRI es el mismo partido marrullero de siempre; agoniza sumido en la peor crisis de su historia, desdibujado, con menos gobernadores, alcaldes y legisladores que nunca; sin liderazgo; relegado al tercer lugar de la competencia política; condenado a ser satélite de Morena.
Se gastaron 80 millones de pesos para obtener un resultado sabido de antemano.
–¿Entonces, si los resultados ya se sabían, para qué hubo una elección de dirigencia, dizque democrática, sin sustancia?
La respuesta es simple: para simular. Con viejas mañas, se instalaron más de seis mil casillas, se infló la concurrencia y se vició el padrón.
La verdad es necia. El PRI está vacío. Es un cascarón.
–¿Qué sigue ahora?
–¿Ejecutar la “operación cicatriz”, sobre un pellejo carcomido por el desprestigio de la corrupción sin llenadera, donde ya no hay espacio para más costuras?
Al PRI, su pasado lo condena. Su epitafio podría plagiarse de las líneas finales de la novela cumbre de Gabriel García Márquez: “las estirpes condenadas a cien años de soledad no tienen una segunda oportunidad sobre la tierra”.