Desde que Disney anunció oficialmente el regreso a la gran pantalla grande de Woody y Buzz Lightyear, en lo que sería una cuarta aventura tras cerrar con broche de oro en 2010 la trilogía iniciada hace casi 25 años, la controversia no se hizo esperar. ¿Acaso Pixar fabricante de los juguetes más queridos del cine se había quedado sin ideas? ¿Sería posible que el foco creativo de su lámpara se fundiera o peor aún que la genialidad de sus guionistas se contagiara de la fiebre de secuelitis y precuelitis propagada en Hollywood desde hace un buen rato?

Para tranquilidad de los fanáticos, la respuesta es un rotundo no. La cuarta aparición de los juguetes no sólo es un pretexto para multiplicar las arcas del gigante del entretenimiento llamado Disney, hecho que de cualquier forma sucederá considerando que, pese a las reacciones encontradas, son más los espectadores que están deseosos de saber lo que el destino depara a sus queridos personajes, que aquellos quienes se dieron por bien servidos con el final visto en la tercera entrega.

Toy Story 4 aborda de nuevo las trepidantes aventuras y los obstáculos que debe sortear la pandilla de juguetes, liderada por el comisario Woody, para rescatar a uno de sus integrantes atrapado por unos siniestros villanos en una tienda de antigüedades.

La novedad recae en que el personaje secuestrado —Forky— es en realidad un tenedor desechable sacado de la basura, convertido en una suerte de muñeco improvisado por la pequeña Bonnie, heredera de los juguetes de Andie. Asunto aparentemente trivial, pero que, en el fondo, conlleva una serie de reflexiones filosóficas relacionadas con el quién soy, quién debo ser o quién quieren que sea, todo un dilema para Forky, ente con problemas de identidad, ignorante de la significación, relevancia y trascendencia, que puede cobrar en la infancia de su creadora. Él representa una figura de apego emocional para Bonnie en los momentos difíciles, situación de la que se percata Woody, relegando la condición de basura del cubierto a un segundo término, convirtiéndose en su consejero y ángel guardián.

Vuelven Buzz Lightyear, los Cara de papa, Rex, Jam, Slinky, Jessie y los marcianos; no obstante, lo que pudiera ser el punto flaco de la cinta es la escasa importancia que se les otorga pasado el prólogo, adquiriendo protagonismo los nuevos pero menos carismáticos personajes: Ducky y Bunny, Giggle, y Duke Caboom, quien por muchas razones (entre ellas tener la voz de Keanu Reeves) es el más simpático.

Siguiendo las tendencias del siglo actual, Toy Story 4 no podría ser la excepción: también empodera a sus personajes femeninos, específicamente a Bo Peep, quien negándose a ser un objeto decorativo, sufre una transformación radical retornando como una valiente heroína y pieza clave en las secuencias de más acción, desplazando así a Buzz Lightyear. Un recurso innecesario pero que cumple con lo que al parecer se ha vuelto una norma.

Tras las acusaciones a John Lasseter por comportamiento inadecuado, mismas que lo obligaron a salir del proyecto, Pixar ofreció la oportunidad de ocupar la silla de director a Josh Cooley, guionista de Inmensamente, cuyo mayor mérito es capturar a la perfección, la magia, esencia y los valores de producción característicos de la saga, logrando agradar al público adulto e infantil por igual con escenas tan vibrantes como conmovedoras, además de llevar la imaginaría y calidad visual a niveles que sobrepasan las expectativas del público más exigente.

Toy Story 4 supera la prueba haciéndonos reír, llorar, emocionarnos (y llorar de nuevo),  confirmando que, sin duda alguna, Pixar continúa siendo nuestro amigo fiel.