Carlos Ferreyra
El presidente de la República, arrogándose facultades inexistentes, decide firmar un memorándum para cancelar de hecho las reformas constitucionales en materia educativa.
Digo de hecho porque condiciona su documento a que el Congreso haga las contrarreformas respectivas. En vía de mientras dictamina, decide autocráticamente hasta la liberación de los que menciona como “injustamente encarcelados”. Sin juicio por medio.
No es necesario aclarar, todo lector avisado sabrá que la mención es a Andrés Manuel López Obrador, el perseguidor verbal de delincuentes y protector de toda suerte de bandidos, incluyendo los pillos de sexenios pasados.
Hoy por la vía del epónimo funcionario, albo y alabastrino, cantó el poeta popular Agustín Lara, don Manuel Bartlett, se propone investigar a los ladrones de electricidad, pero… con instrucciones de no tocar a su clientela electoral, los puesteros callejeros y todavía menos a quienes acumularon adeudos por un millar de millones en pesos.
Los últimos mencionados se encuentran en Tabasco y no pagan desde que su pastor regional, don Peje, les ordenó hacer una huelga de pagos a la CFE. Exigían tarifas bajas en tiempos calurosos que en esa entidad son el año completo. Ellos están fuera de cualquier decisión.
La cancelación de una reforma constitucional es el más grande atropello legal concebible en la historia contemporánea. Se trata de una bula religiosa, de un exordio virreinal, de una orden emitida por el tirano.
Resta por observar qué hará el Senado, hasta ahora, una de las jergas favorita de don Peje para limpiar las cochinadas que se maquiavelan en el Palacio Virreinal de la Plaza de Armas de la ciudad de México.
No habrá que esperar mucho si, como parece, Ricardo Monreal está más ocupado en cuidar su posición desde donde se siente mano para la sucesión presidencial; igual que la Citlali conocida como Yeidckol, o el Martí, y los tres cochinitos que se creían rey sin olvidar a la señora que es cantante, escritora, poeta y madre. Todos alineados tras la silla del Águila imperial.
Y todos, sean sinceros, en espera de que algún incidente no necesariamente ingrato, impida la reelección de tan adorable señor.
Pasemos a la segunda patochada del día: el autor y beneficiario de las asquerosidades técnicas de la Línea Dorada, Marcelo Ebrard Casaubón, al conocer el desastre en la catedral de Notre Dame, ofreció la solidaridad del gobierno mexicano, así como ayuda de cualquier índole necesaria en la reconstrucción del monumento universal.
Los damnificados del más reciente temblor vieron el anuncio con incredulidad mientras observaban la situación de este grupo social, marginado y sin que nadie los escuche.
Malvados que somos, de inmediato aparecieron en las redes los terribles defectos de la construcción de la línea ferroviaria más cara del mundo, que no han sido reparados es más, ni siquiera se ha intentado paliarlos.
Entendible, la eterna corrección ha sido fuente de eterna riqueza para Monsieur Magceló y constructores asociados.
Aunque el franchute mal disfrazado de totonacus vulgaris ahora represente a la administración de López Obrador, mal hace en pensar el envío de dineros que les harán falta para las becas de 3,600 mensuales a lo siete millones de vagos conocidos como ninis, y a los estudiantes (es un decir) de las universidades pejianas.
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