Francisco Fonseca
Otro frente de batalla que tienen que ver las actuales autoridades es el de la prevención del delito, las causas del delito, y propiciar por todos los medios posibles la cultura de la denuncia.
No habrá seguridad en las calles sin la participación de la ciudadanía. Siempre ha sido y seguirá siendo imprescindible que las tareas de prevención del delito sean bilaterales, es decir, la sociedad y el gobierno. Hace pocos años, la ciudadanía participaba en los Comités Vecinales, los Subcomités Territoriales, y los Escolares. Aquí debía encontrarse el concierto de voluntades de vecinos, padres de familia, maestros, organizaciones no gubernamentales, asociaciones civiles, etc. Por parte del gobierno interactuaban las autoridades correspondientes de educación, seguridad pública, procuración de justicia, alcaldías e instancias de presencia necesaria.
En sus momentos, los titulares de hoy Procuraduría de Justicia de la Ciudad de México han expresado que, para combatir a la delincuencia, las instituciones encargadas de la materia forman un sistema interdependiente y la elevación de cada una de ellas está ligada al avance de las demás. Además, se dice, hay acciones que regularmente están en marcha: reestructuración de la dependencia, atención especial para resolver delitos graves, continuidad y prioridad a la capacitación, combate a la delincuencia organizada, renovación de la imagen de la policía ministerial, y fomento de la denuncia ciudadana.
De estas acciones deben destacarse dos: 1- la capacitación para el desempeño y, 2- la cultura de la denuncia.
1- La Capacitación es tan importante que no habrá funcionamiento de ninguna oficina de gobierno, llámese municipal, estatal o federal, sin su adecuada y constante aplicación. En esta época de la fatalidad, quien no esté capacitado para ejercer una función, por mínima que sea, deberá ser sujeto a sanciones administrativas fuertes. No es posible que la seguridad de la ciudadanía esté en manos de aprendices y novatos que lo único que van a producir es un entorpecimiento de acciones, contrario a las de la delincuencia organizada. Las plazas ministeriales así como las de policías y peritos deberán otorgarse, a sabiendas de lo difícil que es, mediante exámenes exhaustivos que prueben la idoneidad del individuo para ocupar la plaza y su honestidad en el servicio. Sé que la corrupción reina a sus anchas en todas las áreas gubernamentales, y en las no gubernamentales también. Por lo anterior y por la crisis económica mundial veo difícil erradicarla. No se tapa el sol con un dedo, por ello sé que la necesidad de dinero fácil y mal habido está vigente. El Ministerio Público, institución de buena fe, debe mejorar su imagen y convertir a esta figura en el gestor de las causas sociales de las que fue abdicando al paso de los años, inmerso en vicios y corruptelas.
2- Por su parte, la ciudadanía requiere especialísima atención para fomentar La Cultura de la Denuncia. Cuántas veces hemos escuchado que tal o cual delito no se denunció por temor a las represalias, o por el tiempo que se desperdicia en las Fiscalías, o por la poca confianza en el representante social, etc. Abatir la cultura de la no denuncia se logrará mejorando la calidad y el tiempo en la atención a la ciudadanía, generando confianza a través de resultados concretos.
Estos dos filtros permitirán desterrar el sistema de padrinazgo y la formación de grupos alrededor del protector. El servidor público sabrá que su desempeño en el trabajo y su preparación le darán estabilidad y promociones.
Con todo lo anterior, quiero referirme a uno de los muchísimos textos que sobre justicia, denuncia y materia penal ha escrito el jurista mexicano Sergio García Ramírez, siempre acertado en sus ideas y que viene bien al dedo en estos días.
Dice García Ramírez: “Los individuos de otras generaciones tienen en su memoria el recuerdo de las tranquilas ciudades donde transcurrió buena parte de su vida. Ahí la existencia se deslizaba a menudo en medio de una paz que hoy escasea. No fueron ciudades de Dios en la tierra, ni fueron el principio de las ciudades luminosas que soñaron los utopistas”.
Y sigue: “Pero vino el viento y nos alevantó. Cambiaron las cosas. Nuevos procesos demográficos, imprevistos, desbocados, pusieron término a ese México de nuestros recuerdos. Se sumó la comunicación de personas, mercancías, ideas. Los gendarmes de punto se fueron desvaneciendo como antes los serenos. Aparecieron los modernos policías para espanto de la gente. Se multiplicaron los tribunales y las prisiones, trabajando abrumados, congestionados. El Ministerio Público y las policías entraron en sus horas más oscuras: los vecinos que antes buscaban la protección de los gendarmes acabaron por huir, aterrados, de los policías. Así empezó el mundo al revés. La época de las crisis puso también en crisis a las instituciones de la justicia, zarandeadas, envejecidas, urgidas de actualidad. Y aquí estamos”.