Destructivos huracanes, uno tras otro. Incendios que se propagan por todo el oeste de Estados Unidos y partes de Europa tras una temporada de abrasadoras temperaturas y años de sequía.
Y el jueves en la noche, en la costa de México, hubo un fuertísimo sismo.
Se te puede perdonar por tener pensamientos apocalípticos, como los del escritor de ciencia ficción John Scalzi que, revisando el chamuscado, inundado y sacudido panorama, declaró que esto “la verdad parece como si el Final de los Tiempos estuviera haciendo sus ensayos finales con vestuario en este momento”:
Algo similar sugirió un predicador callejero en Harlem, quien despotricó a a principios de septiembre sobre Harvey, Irma y el líder norcoreano Kim Jong-un, todos revueltos.
Además de que en agosto descendieron las tinieblas sobre la tierra durante un eclipse total de Sol. Todos pensamos que había sido maravilloso, pero ahora se siente como si los fenómenos posteriores no fueran coincidencia y todo fuera algo profético o bíblico.
Si pensaste eso, estás mal, por supuesto. Como cualquier científico te diría, la naturaleza no funciona así.
Las avalanchas de huracanes, incluso más grandes, son comunes a finales del verano y principios del otoño, el punto álgido de la temporada de huracanes. Tampoco son desconocidos los huracanes especialmente destructores, y el cambio climático puede estar fortaleciéndolos. Irma, por su fuerza y tamaño, está cerca de la cima de la lista, pero no la sobrepasa, y su furia es explicable mediante principios científicos.
Los incendios han estado ocurriendo en el oeste estadounidense durante siglos, aunque los humanos han empeorado la situación. Aquí también el cambio climático tiene un papel, además de nuestro deseo de vivir cerca de la naturaleza, y no hay que dejar de lado ciertas políticas de combate al fuego algo burocráticas que quizá han hecho más probable que los incendios sean enormes.
En cuanto a los terremotos, ocurren todo el tiempo, y la cantidad de ellos, desde los más suaves hasta los más intensos, es constante si se promedian a través del tiempo. Hay aproximadamente un “gran” temblor, de magnitud ocho o mayor, al año. Esta vez México fue el desafortunado receptor.
Pero aun así…
Para muchas personas la ciencia no basta cuando hay tanto en juego.
“Somos mucho más supersticiosos de lo que reconocemos y se requiere mucho pensamiento lógico para no creer que este lado del mundo no está siendo de alguna manera castigado”.
“Durante muchos años, hablar del clima era hablar sobre nada”, dijo Terry Tempest Williams,autor y actualmente residente en la Harvard Divinity School. “Ahora es realmente sobre nuestra supervivencia”.
Pero cómo hablamos sobre ello refleja nuestra cosmovisión, y así ha sido durante mucho tiempo, dijo Christiana Peppard, profesora adjunta de Teología, Ciencia y Ética en la Universidad Fordham.
“Los eventos de clima inesperados y cataclísmicos siempre han llevado a la gente de todo tiempo y espacio a buscar explicaciones”, dijo Peppard. “Es atractivo para ciertos segmentos de la población percibir ciertos eventos no previstos y de tipo apocalíptico como concordantes con un discurso en particular”, añadió.
Aunque la sensación de que el apocalipsis va acercándose no ha llevado a las personas a refugiarse en búnkeres, está presente incluso en las mentes seculares, aunque no siempre de manera consciente.
“Somos mucho más supersticiosos de lo que reconocemos y se requiere mucho pensamiento lógico para no creer que este lado del mundo no está siendo de alguna manera castigado”, dijo George Loewenstein, profesor de Economía y Psicología en la Universidad Carnegie Mellon.
En las comunidades profundamente religiosas, el reciente encadenamiento de eventos y amenazas catastróficos —terrorismo y pruebas de armas nucleares, así como desastres naturales— pueden entenderse más fácilmente con las profecías que con la lógica.
Richard Hecht, profesor de Estudios Religiosos de la Universidad de California en Santa Bárbara, dijo que muchos creyentes de hecho pueden ver este verano caótico como una señal del final de los tiempos.
“Las fantasías sobre el final de los tiempos han sido una parte central de la religiosidad estadounidense desde el principio, de manera que no debe sorprendernos” que mucha gente tenga este enfoque, dijo Hecht. “Una cosa es creer en los cálculos de los ministros o predicadores sobre el final de los tiempos. Pero ahora hay verdades objetivas: Charlottesville, el eclipse solar, el huracán Harvey, el sismo de México, el huracán Irma“.
“Son eventos que nadie puede negar”, continuó. “Entonces no es lo mismo que cuando un predicador dice que el ocho de septiembre, a las 22:00 en punto, el mundo va a acabarse”.
Ahmed Raga, profesor de Ciencias y Religión de Harvard, argumenta que hay buenas razones por las que la gente percibe la fatalidad en lo que está ocurriendo: la acumulación de desastres está afectando a las personas.
“Pensar en esta serie de crisis requiere no solo pensar en su relación con la ciencia sino también en su efecto sobre los seres humanos”, dijo Ragab.
“Los desastres naturales no se dan en el vacío”, añadió. “La razón por la que nos enteramos sobre ellos es que afectan a las personas, y a las estructuras que construimos”.
No solo se trata de la infraestructura vieja que no puede soportar un huracán fuerte ni de casas de madera que se queman por un incendio, sino también a las estructuras económicas que dejan a algunas personas demasiado empobrecidas como para huir cuando un desastre las amenaza, dijo Ragab.
Peppard, de Fordham, dijo que independientemente de lo que la gente pueda pensar sobre la confluencia de eventos desastrosos, “los humanos son capaces de anticipar y planear tipos predecibles de consecuencias: las inundaciones y la escasez de agua, entre ellas”.
“Pretender así que se trata de una tragedia inesperada es pretender que no hay responsabilidad colectiva ni social en las consecuencias”, destacó.
Fuente: NYTimes
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