Benjamín Torres Uballe
México gasta mucho dinero en el rubro de la llamada protección civil, un área neurálgica que de ningún modo puede ni debe ser descuidada. No obstante, para muchos municipios esta labor es prácticamente letra muerta, pues prever les parece un concepto ajeno y sin importancia, al que muchos alcaldes consideran secundario y de plano lo obvian. Hasta que suceden las desgracias. Entonces vienen los muertos, las excusas oficiales y los discursos demagogos de los políticos.
Año con año están presentes en el territorio los huracanes y la temporada de lluvias. Eso lo sabemos todos, menos algunos funcionarios de los tres niveles de gobierno que no realizan su tarea para anticipar hechos que son susceptibles de prevenir. Por ejemplo, desazolvar los mal llamados ríos que aún cruzan el Valle de México —en realidad, insalubres conductos de aguas negras y toda clase de basura—, actuar con oportunidad en caso de emergencias, advertir a los habitantes de las zonas en riesgo, es decir, usar la prevención sistemática, no la acostumbrada e inútil reacción.
El pasado miércoles por la tarde cayó un terrible aguacero en la Ciudad de México y en una amplia zona del Estado de México. Las dimensiones de la tormenta “atípica” —insisten en llamarlas así funcionarios y políticos para justificar su ineptitud— fueron tales que cientos de casas se vieron seriamente afectadas en el municipio de Naucalpan, Estado de México, al desbordarse el Río Hondo. Colonias como Ribera de Echegaray y el Fraccionamiento Pastores, entre otras, fueron inundadas por aguas negras, causando terror y graves daños estructurales a viviendas, autos, muebles y enseres de casa. Las llamadas de auxilio a Protección Civil de Naucalpan fueron incesantes. La ayuda no llegó ni en tiempo ni en forma, pero sí muchas mentiras de esa oficina.
La lluvia inició aproximadamente a las seis de la tarde. Los displicentes burócratas que se dignaban a contestar los teléfonos exigían que se les enviaran fotos de la inundación. Cuando esto se hizo, repetían que “ya iban para allá”, “que estaban a cinco minutos”. Todo era una vulgar mentira, una burla ruin en medio del dolor y la angustia de una tragedia que afectó la vida de muchas familias.
Cinco horas y media después, cuando ya el nivel de la podredumbre acuática había disminuido porque las compuertas del dichoso río finalmente fueron abiertas —se tardaron en hacerlo, según nos comentaron los propios empleados del ayuntamiento, a condición de anonimato—, aparecieron las esperadas cuadrillas de ayuda. ¡Ya para qué! El daño estaba hecho y la negligencia y falta de prevención aparecieron sin falta una vez más.
¿Quién fue el responsable de que no se abrieran oportunamente las compuertas (si es que así fue) y de que el desazolve tampoco se haya realizado antes de la temporada de lluvias? ¿El o los culpables van a permanecer impunes como se acostumbra en estos dolorosos casos? ¿Quién va a pagar por todos los daños materiales? Los afectados no pretenden dádivas mediáticas que sólo sirven para el grosero y condenable lucimiento mediático de presidentes municipales y gobernadores. No. Quieren el justo pago por la destrucción a sus propiedades a causa de las omisiones e incapacidades provocadas desde gobiernos, a los que la protección y la seguridad de los gobernados importan poco. No es época de elecciones. Así que no hay mayor problema. Igual que siempre, ya se necesitará el voto de los hoy dañados y aparecerán los perniciosos políticos.
Y el periodo de huracanes y lluvias apenas empezó. Sinceramente deseamos que no haya más ineptitudes como la mostrada por las autoridades naucalpenses ante la contingencia del miércoles pasado. Tampoco las eternas justificaciones del Gobierno de la CDMX siempre que hay una precipitación pluvial intensa en la capital del país y que la pone de cabeza con inundaciones, encharcamientos y colapso del transporte público —en especial el cada vez más saturado e inservible Metro—. Acciones e inversiones en obra pública para terminar con el recurrente y muy grave problema de las inundaciones son prioridades que deben atender sin dilación los tres órdenes de gobierno. Aquí no caben en modo alguno protagonismo, colores y mucho menos mezquindades.
No se requieren excusas, porque ninguna de éstas resarcirá ni dejará contenta a la sociedad. Hechos son los que urgen. La población repudia a los gobernantes demagogos, incapaces y corruptos —no hay de otra clase, según se ve—. Y aquí cabe la célebre frase de don Alejandro Martí: “Si no pueden, renuncien”.
@BTU15