Con ocho años, Roger Stone llevó a cabo lo que él llama su primer truco político. En la antesala de la elección presidencial de 1960, su escuela celebró una votación ficticia. Él quería que ganara el demócrata John F. Kennedy y para convencer a sus compañeros decidió inventarse una mentira: contar en el comedor que el republicano Richard Nixon pretendía que los niños fueran a la escuela los sábados. Kennedy venció con comodidad.
Le siguieron un sinfín de engaños o falsas verdades que han convertido a Stone en el más provocador y embaucador de los asesores políticos conservadores. Ha trabajado para casi todos los presidentes republicanos de las últimas cuatro décadas. De 64 años, vestimenta histriónica y con un tatuaje de su idolatrado Nixon en la espalda, es una figura clave para entender la política estadounidense. También el auge de Donald Trump, del que ha sido lobista e ideólogo en la sombra desde que se conocieron en 1979. Sin Stone, los lobbies tendrían menos poder y en política habría menos pugna por denigrar al rival bajo la tesis de que todo vale para ganar una elección.
Se mueve en los confines de la moralidad y suele irrumpir en la trastienda de grandes polémicas, desde el Watergate al recuento de votos en las elecciones de 2000, que perdió el demócrata Al Gore. Su ojo para los trapos sucios y su influencia se mitifica o se desdeña, pero siempre se acaba hablando de él. Ahora vuelve a estar en el ojo del huracán por la presunta conexión rusa del entorno de Trump. El FBI investiga si Stone tuvo algún papel en la injerencia de Moscú en la campaña de las presidenciales del pasado noviembre. Y el 24 de julio comparecerá, a puerta cerrada, en el comité de Inteligencia de la Cámara de Representantes que analiza la trama rusa.
Él niega cualquier irregularidad. Rechaza la acusación de que supo de antemano del ciberataque contra el Partido Demócrata o de la publicación de Wikileaks de la información robada. “Como que probablemente fui espiado de junio a noviembre, cualquiera que haya mirado mis correos, mensajes y llamadas sabe que no tuve ningún contacto con nadie que represente a los rusos”, dice el consultor en una entrevista telefónica. “No hay nada a investigar”.
Pero sus apariciones y mensajes públicos han avivado la especulación. Antes de que Wikileaks difundiera los correos de John Podesta, el jefe de campaña de Hillary Clinton, Stone alardeó de que se había “comunicado” con Julian Assange, el fundador de la organización, y que tenía material sobre la candidata demócrata que se difundiría antes de los comicios. También anticipó que Podesta tendría “pronto” problemas. Y después del pirateo a los demócratas, intercambió mensajes en Twitter con Guccifer 2.0, un hacker vinculado con los servicios de inteligencia rusos.
Stone alega que no habló con Assange sino con un “amigo en común”, que la referencia a Podesta era por un artículo que preparaba y que su contacto con Guccifer 2.0 fue “inocuo”.
Asegura no estar preocupado por la investigación del FBI y explica que aún no ha sido interrogado. Dice estar encantado de comparecer en el Congreso aunque lamenta que sea a puerta cerrada. Y se muestra dispuesto a hablar con Robert Mueller, el fiscal especial que indaga en los lazos rusos de Trump, si bien cree que debería dimitir por su cercanía a James Comey, el exdirector del FBI al que despidió el republicano en mayo.
Como el presidente, se siente cómodo yendo a contracorriente. Niega que Rusia robara los correos demócratas ni que el objetivo fuera ayudar al multimillonario neoyorquino a ganar las elecciones. “Es un bonito cuento de hadas, se puede repetir tanto como quieras pero todavía no hay ninguna prueba”, señala.
Las 17 agencias de inteligencia estadounidenses han acusado oficialmente a Moscú, pero el asesor cree que esa conclusión responde a una ofensiva. “El presidente tiene razón. Es una caza de brujas ideada para desestabilizar y deslegitimar su presidencia”, dice. Stone acusa a funcionarios cercanos a Barack Obama, que integran el “Estado profundo” del “complejo militar industrial”, molestos por la derrota de Clinton porque “probablemente les prometió la expansión de la guerra en Siria”.
La frase ejemplifica la pasión de Stone, compartida por Trump, por las teorías conspiratorias no demostradas, como que Lyndon Johnson ideó el asesinato de Kennedy o que Bill Clinton tiene un hijo secreto.
Es difícil saber dónde acaba la mente del consultor y empieza la del presidente. Ambos aman la telerrealidad, publican mensajes incendiarios en Twitter, gozan de la provocación y los insultos, y creen que la mejor defensa es un ataque. “La única cosa en política peor que estar equivocado, es ser aburrido y Trump nunca es aburrido. Su estilo idiosincrásico es lo que le llevó a ganar las elecciones y no creo que deba cambiar”, afirma Stone. “Dado el nivel de oposición, el presidente lo está haciendo extraordinariamente bien”.
Stone conoció a Trump hace 38 años en Nueva York a través de Roy Cohn, el oscuro abogado McCarthista que le ayudó en la campaña de Ronald Reagan. Su relación ha sufrido altibajos, pero el asesor se ha mantenido fiel al magnate. “Roger es un perdedor frío como el hielo. Siempre intenta atribuirse cosas que nunca hizo”, espetó Trump en 2008 a la revista The New Yorker. Pero, en un reciente documental sobre Stone en Netflix, Trump le elogia.
Stone ayudó en 2000 al empresario de la construcción cuando coqueteó con la idea de una aventura presidencial y lo hizo en los primeros meses de la campaña que le llevó a la Casa Blanca. Trump asegura que le despidió porque asumía demasiado protagonismo, Stone aduce que se marchó. Sea como fuera, es fácil ver su mano en algunos de los pilares de la estrategia electoral del republicano: mensaje contra las élites, cercanía a medios de comunicación conservadores radicales y ataque feroz por los affairs de Bill Clinton para debilitar el voto femenino a Hillary.
“El presidente tiene que recordar quiénes son sus seguidores y recordar que son los ‘americanos olvidados’ que están asfixiados por elevados impuestos, recelosos de Wall Street, alérgicos a Goldman Sachs, cansados de la falta de oportunidades laborales y convencidos de que el sistema está amañado contra ellos (y lo está)”, escribe Stone en el libro sobre Trump, The Making of the President, que acaba de publicar.
El exlobista declina revelar cuán a menudo habla con el mandatario, dice que en mayo recibió un mensaje suyo y que no le ha visitado en el Despacho Oval. Considera que la trama rusa es una “distracción”, pero esgrime que Trump va en buen camino porque está cumpliendo sus promesas. “Creo que ha sido subestimado en cada momento y continúa siendo subestimado”, dice. “Desde 1988 creí que Trump tenía la capacidad y altura para ser presidente”, agrega Stone, que atribuye su victoria al cansancio de los votantes con los “falsos políticos de carrera”.
En estos cinco meses de presidencia, muchos se preguntan si el estilo soez y populista de Trump cambiará para siempre la manera de hacer política en la primera potencia mundial. “Si tiene éxito, habrá más políticos tratando de actuar como él”, replica Stone, aunque admite que lo que ha funcionado para Trump no tiene porque hacerlo para otros.
Lo que no cambiará es el juego sucio detrás del pulso por el poder. “La política no es gentil, es brusca y agresiva. Siempre ha sido así y siempre lo será”, señala. ¿El fin justifica todos los medios? “Romper la ley nunca es aceptable. Pero eso no significa que no hagas cosas para dramatizar tu punto de vista político y yo ciertamente he hecho eso”, responde. “He practicado el juego de una manera legal”.
Fuente: El País