A nadie cabe la duda sobre el desastre mayúsculo que ocurre en Venezuela. La situación catastrófica compromete, con toda seguridad, el futuro de varias generaciones. En Venezuela se han conjuntado todos los males posibles.
Pero si la situación venezolana es crítica, no lo es menos el papel de la Organización de los Estados Americanos (OEA).
Por eso, el presidente Nicolás Maduro, encarnado en la canciller kamikaze Delcy Rodríguez, vino, vio y venció en la Reunión de Consulta de Ministros de Relaciones Exteriores del organismo regional más antiguo del mundo.
La morena ministra venezolana de Relaciones Exteriores no ganaría un concurso de belleza, a eso no fue a Cancún, pero si ganó el gran premio al sabotaje. Entre el abandono de las sesiones y las amenazas cumplidas, sepultó los afanes de la “Carta Democrática”, avalada por Estados Unidos, en primer lugar, con México como la mano del gato para sacar la castaña del fuego, y la presión de Canadá, Chile, Brasil, Argentina, Colombia, Honduras, Paraguay, Guatemala y Perú, las potencias del área.
Venezuela contestó a los afanes regionales de intervención con la “carta petrolera”; le torció el brazo a los países del Caribe, los cuales iban a votar favorablemente a la iniciativa. Entre abstenciones y votos en contra, Delcy Rodríguez logró crear un vacío.
En esas condiciones los países americanos se quedaron con las ganas de actuar como en su tiempo lo hicieron con Cuba, sin llegar a los extremos de la expulsión del órgano multinacional y además resistieron el insolente discurso de la canciller Rodríguez, quien envalentonada por su exitosa estrategia de reventar la reunión, advirtió las consecuencias de una eventual invasión militar americana en contra de la Venezuela bolivariana, democrática y libre a la cual aspiran los herederos del glorioso comandante Hugo Chávez.
La “camada de peritos simpáticos del imperio” –como llamó Delcy Rodríguez a sus colegas del área– salieron con la cola entre las patas del foro tropical.
El asunto Venezuela no estaba en la agenda original del encuentro. Se trataba de un “peluquín” añadido a propuesta de México anfitrión para atender el caos político y la crisis humanitaria que ha cobrado más de 80 vidas y ha dejado cientos de miles de damnificados por el hambre y la escasez de medicinas.
El intento simbólico de la OEA terminó en pleito de a de veras, a mordidas, patadas, codazos, moretones y mentadas –las que más duelen–.
Quedó claro. Caracas no está dispuesta a aceptar la mínima intervención del organismo regional, mucho menos cuando la amable petición incluiría asuntos como la cancelación del nuevo proceso constituyente, la liberación de los presos políticos y la realización de elecciones democráticas. Menos aún, cuando el exhorto hubiese venido tras decenas de condenas, amagos y amenazas del consenso de naciones a los cuales Venezuela mira como enemigos.
Pero no nos engañemos…
En el fondo no está de por medio la dignidad del pueblo venezolano, sino el carácter autoritario de un régimen tambaleante que mira cualquier intento de encauzar el diálogo como una afrenta a su soberanía. La OEA falló; la dizque buena voluntad, quedó en debilidad.
A la OEA ahora no le queda de otra sino apostar a la paciencia y poner a disposición de las partes sus buenos oficios para mediar como ha ocurrido en otros conflictos. O sea, menos que nada.
La reunión de Cancún termina con amargo sabor para el bloque continental, su fuerza, su misión y su función quedan en entredicho, repito, por un asunto que ni siquiera estaba en la agenda.
EL MONJE APREMIADO: Premia Maduro a “la dulce” Delcy, hasta hoy canciller venezolana. La reventadora de la reunión de la OEA, en Cancún, luego de enseñar los dientes y ladrar, ha sido postulada como diputada a la Asamblea Nacional Constituyente. El Ministerio de Relaciones Exteriores del país sudamericano será ocupado por Samuel Moncada, un intelectual tramposo vividor del poder, quien según el mandamás de Venezuela combatirá por la verdad de la patria bolivariana frente al mundo. Si la cosa andaba mal, promete ponerse peor. Ya lo verá