Diego Fernández de Cevallos expresó que Antonio Chedraoui Tannous, arzobispo de la Iglesia Católica Ortodoxa de México, fue un ejemplo de que «en esta vida tus convicciones y las mías no deben llevarnos a diferencias que nos aparten, que nos confronten y que nos deshagan nuestras capacidades para convivir en paz».
En su colaboración «La bitácora del Jefe Diego» para el espacio de José Cárdenas, Fernández de Cevallos lamentó el fallecimiento del arzobispo de origen libanés y dijo tener dos sentimientos: uno de gran tristeza y otro de inmensa tranquilidad porque sabe que está en paz.
«Fue un hombre bueno, amigo bueno, generoso, que siempre fue capaz de entender y de vivir la pluralidad en el ámbito quizá más difícil de la historia de la humanidad, el de la pluralidad en las creencias religiosas y de la fe», señaló «el Jefe Diego».
Recordó que en las guerras más violentas y sanguinarias que registra la historia del hombre, se trata de ofensivas que han tratado de justificarse en el nombre de Dios. «Pero él fue un hombre de fe, que defendió sus creencias, pero también el derecho de otros a ser fieles a otras iglesias. Fue un hombre de paz».
Fernández de Cevallos enfatizó en que extrañará al jerarca, con quien mantenía una relación de amistad, incluso recordó que siempre lo acompañó, junto con otros líderes religiosos de otras religiones, a la comida que anualmente ofrece a sus amigos con motivo de su cumpleaños.
«Él asistía a las mías, y asistían personas de todas las ideologías políticas, de todas las profesiones, de todas las clases sociales, de todas las culturas y estilos de vida, también me acompañaban clérigos y jerarcas de todas las iglesias», agregó.
Apuntó que admiró a Chedraoui por su sencillez y «por su capacidad para coordinar esfuerzos por causas muy nobles y siempre, entendiéndose que formaba parte de una iglesia muy minoritaria en este país, nada lo arredraba para reunirse con todos, convivir con
todos y tener para todos una sonrisa y una mano tendida».
«Fue un hombre que vivió su vida en el nombre de Dios, y al margen de que pertenezca a una Iglesia distinta a la mía, a mí me merece el mayor respeto, la mayor admiración y el mayor cariño», concluyó Diego Fernández de Cevallos.