Sólo dos libros publicados y un largo y prolongado silencio parecen ser las señas de identidad de Juan Rulfo, escritor mexicano que hoy cumpliría cien años y cuya obra sigue siendo una referencia para la literatura en general.
Precursor del “boom” de los años sesenta, reconocido por escritores tan distintos como Borges, Nicanor Parra o Augusto Monterroso y referencia indiscutida para Enrique Vila-Matas, Juan Villoro o Roberto Bolaño, la obra de Rulfo ha ido trascendiendo las fronteras para ser un patrimonio de la literatura universal.
Cien años atrás nadie podía pensar que Juan Rulfo (nacido en Jalisco el 16 de mayo de 1917 y bautizado como Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno) llegaría a ser considerado algún día como “el mejor escritor del mundo” por un premio Nobel. Huérfano de padre a los siete años y de madre cuatro años después, criado primero por una abuela y luego en un orfanato de Guadalajara, entró en la literatura como quien no pide permiso, de casualidad, escuchando las historias que le contaba su tío Celerino, y después plasmando lo que escuchaba de boca de la gente.
Se mudó a la Ciudad de México, donde trabajó como fotógrafo y agente viajero, se casó y fue padre de familia. Poco a poco fue pergeñando una obra breve que, en apenas dos años, primero con la publicación de los relatos de El llano en llamas, en 1953, y después, en 1955, con la novela Pedro Páramo, cambió las coordenadas de la literatura mexicana y de América Latina.
Con una escritura oral, muy atenta para captar el habla cotidiana de los habitantes del llano (pero también la intensidad de lo que transmiten incluso mediante el silencio) Rulfo compuso, con su primer libro, el mapa inédito de un territorio propio que, con un lenguaje llano pero intenso, cercano, por momentos visionario, como si tuviera un don innato para ser, segúnJuan Villoro, una especie de “taquígrafo del habla”.
Agudo retratista del hombre de su época, aún así, detrás de la breve historia de Juan Preciado, que viaja a Comala en busca de su padre cargado de rencor, todavía aparecen en escena, según Villoro, dos temas importantes en la historia del México del siglo XX, como son la Revolución Mexicana y la Guerra Cristera, dos tópicos que representan la cultura mexicana y también “la historia de los hombres”. Moderna y clásica al mismo tiempo, oral y detalladamente escrita, Pedro Páramo esconde un complejo entramado, en el que lo que prima, a veces, es el puro juego verbal, literario.
Según explicó, antes de escribir la novela quería hacer algo diferente, algo que no estaba escrito. Y pensó que la única forma de encontrar esa obra inexistente era escribirla él mismo. Fue entonces cuando la escribió y después se llamó al silencio.
La escritura de Juan Rulfo conforma un retumbo que se queda dándole volteretas a uno en la cabeza: música que da bandazos. Ahora que regreso a El llano en llamas y a Pedro Páramo me atrapan los subrayados que hice en mi lectura: principio de los años 70. Edición Casa de Las Américas, La Habana. Trazados que volqué en un cuaderno bajo el título de Rulfianas. De Luvina: “… ver entonces cómo se arrastran las nubes, cómo andan de un cerro a otro dando tumbos como si fueran vejigas infladas…”. De La Cuesta de las Comadres: “… todo entelerido y con el susto asomándosele por el ojo”. De Es que somos muy pobres: “Bramó como sólo Dios sabe cómo”. De La noche que lo dejaron solo: “Abrió los brazos como si quisiera medir el tamaño de la noche”. De La herencia de Matilde Arcángel: “Está bien que uno no esté para merecer. Ustedes saben, uno es arriero. Por puro gusto. Por platicar con uno mismo, mientas se anda en los caminos”. De Anacleto Morones: “¡Viejas carambas! Ni una siquiera pasadera. Todas caídas por los cincuenta. Marchitas como floripondios engarruñados y secos”.
De Pedro Páramo: “Conoce usted a Pedro Páramo—le pregunté / Me atreví a hacerlo porque vi en sus ojos una gota de confianza/ ¿Quién es?—volví a preguntar. / Un rencor vivo – me contestó él”; “Tu madre era tan bonita, tan, digamos tan tierna, que daba gusto quererla”; “Déjenme aunque sea el derecho de pataleo que tienen los ahorcados”. Cien años del nacimiento de Juan Rulfo, un narrador con sentencias extraídas de un manojo de cuentos y de una novela-poema que me siguen repicando por su acompasada habla: rondó, liturgia: partitas bachianas.
Fuente: La Razón