Javier Duarte no merece un castigo ejemplar, merece toda la abundancia de la justicia sin gracia; la ley a secas.
Buena noticia para el gobierno federal ha sido la captura del ex gobernador de Veracruz, porque hasta el sábado de gloria se generó sospecha de que la autoridad encubría a un probable delincuente.
Mala noticia es que Duarte sea apenas una golondrina petacona entre la parvada del poder impune.
Si a la vista hay muchos políticos mafiosos, bajo la mesa, hay más.
Un análisis serio de todo lo que ha detonado la captura de Duarte nos revela la infección que enferma a la casta política variopinta, debilita a nuestras instituciones y pervierte al sistema. Después de la inseguridad, la corrupción es lo que más irrita a la sociedad; es un impuesto regresivo que afecta el bienestar social.
El país está preocupado porque la corrupción hasta ahora parece un mal incurable y una peste inevitable que emana por cada rendija de las coladeras del poder. Combatirla es un reto gigante.
El caso de Javidú muestra el grado de cinismo y sonriente desfachatez a que hemos llegado y el convencimiento de buena parte de la élite política para la cual sí vale la pena cometer delitos a expensas de las necesidades de los gobernados, porque muy de vez en cuando los poderosos corren el riesgo de convertirse en carne de presidio.
La politóloga María Amparo Casar, presidenta de Mexicanos Unidos Contra la Corrupción y la Impunidad (MCCI) propone un seguimiento puntual de los “mandamases” estatales, quienes manejan recursos económicos y de poder ilimitado para quedar impunes a pesar de cometer todos los delitos “cometibles” tipificados en el nuevo Código Penal, lo cual debe hartarnos de vergüenza.
Está visto que los gobiernos estatales, de cualquier color y sabor, no necesitan la mayoría de edad. Viven la vida loca a sabiendas de que la federación paternalista responderá por sus irresponsabilidades.
Los gobiernos estatales defienden sus privilegios, se agrupan en ese ente extra legal llamado Conferencia Nacional de Gobernadores (Conago) para presionar al “centro” y ampliar sus beneficios; a cambio se genera una deuda desmedida, se pierden miles de millones de pesos en el laberinto de la burocracia, se entregan regiones completas a la criminalidad y cuando la crisis es mayúscula se solicita la intervención del gobierno nacional. Mejor, imposible.
A la vieja y perversa visión de utilizar el servicio público para el enriquecimiento privado, deben sumarse carencias estructurales que facilitan el saqueo.
Así como Duarte desapareció recursos destinados a la educación y el combate a la pobreza, el resto de los gobiernos locales usa el dinero en total opacidad, sin que nadie diga nada y menos exija cuentas.
Las revisiones de la Auditoría Superior de la Federación (ASF) sirven de poco, y la Secretaría de Hacienda ha mostrado escaso interés para cambiar la situación.
Javier Duarte no es el único malhechor de la pradera. Quizá sea el más descarado, cínico, indiscreto y escandaloso, pero solo es otro espécimen de la fauna depredadora de nuestro ecosistema político, quien ahora padece la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser…
EL MONJE MAÑOSO: La teoría del compló sigue vigente. López Obrador vuelve a picar pleitos; ¿tropieza con su sombra? Con la captura de Javier Duarte, el candidato presidencial de oficio se da licencia para sospechar que la detención del “pillito” en fuga, pretende difamarlo. Andrés Manuel afirma que el golpe a Duarte es pantomima del combate a la corrupción; reencarna en víctima de las peores conspiraciones y se fuga hacia delante. ¿Quiere ser el niño del bautizo, la novia de la boda y el difunto del sepelio?