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El dolor de engullirse a un hijo o el caso Javidú

Publicado por
José Cárdenas

Andares Políticos

Benjamín Torres Uballe

 

La obligada captura de Javier Duarte de Ochoa es una función circense del sistema priista que lo creó. Hoy, el partido tricolor se ve en la imperiosa necesidad de engullirse a uno de sus más representativos ejemplos de la nueva clase política. La imposición de tan ingrata tarea parte de la presión y exigencia social. No es de motu proprio. El PRI no sólo ha tolerado por décadas las corruptelas de sus militantes que arriban al poder, sino que, incluso, las alienta sin pudor alguno.

El ex gobernador veracruzano no es el único caso en que el Revolucionario Institucional fue tolerante con el pillo que impulsó y colocó a través de los años en puestos estratégicos de la administración pública. Su mentor y antecesor, Fidel Herrera, fue premiado con el consulado de Barcelona, a pesar de los insistentes señalamientos por el supuesto desvío de recursos en detrimento de las arcas estatales. Pero el PRI guarda sistemáticamente un silencio cómplice, esperando que la flaca memoria social olvide los eternos abusos y saqueos de sus “hijos” al erario y a la población.

No obstante, quien verdaderamente adolece de amnesia es el partido del Presidente, pues pretende olvidar de manera torpe e ingenua que el México que hoy “gobierna” cambió radicalmente. La dinámica y las necesidades de los mexicanos superan con creces la pobre oferta política y social del anquilosado dinosaurio tricolor. Es evidente que la nación le queda muy grande al desprestigiado PRI. Y cada día esto se puede constatar cuando trascienden las acciones delictivas de un Javier Duarte, César Duarte, Tomás Yarrington, Roberto Borge o Eugenio Hernández, y se protege a otros consentidos priistas como Arturo Montiel, o al nefasto líder petrolero, Carlos Romero Deschamps, quien actualmente goza de fuero mediante una senaduría.

Cuando la debacle del PRI y la desaprobación a la administración peñista está en su punto más crítico, las probabilidades de que el partido oficial pierda la estratégica gubernatura del Estado de México son muy altas, debido a la desastrosa gestión del actual mandatario, Eruviel Ávila Villegas, y a la imposición como candidato de Alfredo del Mazo, primo del presidente Peña Nieto y quien no es capaz de provocar la mínima emoción entre el electorado. Todos los elementos parecen coincidir para que, en consecuencia, la residencia de Los Pinos cambie de inquilino en el 2018.

Y es aquí, precisamente, en el panorama pesimista que vislumbra el equipo presidencial, donde se gesta la desesperación por reivindicarse, por frenar la catástrofe que asoma el próximo 4 de junio y en el 2018. Sin embargo, parece una tarea imposible. Las rémoras en que se convirtieron sus ex gobernadores bandidos son insalvables y habrá de pagar la costosa factura por desarrollarlos, encumbrarlos y protegerlos. Los seis meses que tardaron en decidir la detención de Javidú, la omisión para aprehender a Yarrington, hacer como que no pasa nada con César Duarte y la evidente displicencia en el tema de Roberto Borge conformaron un coctel sumamente tóxico.

Pero el partido en el poder se aferra a su sistema arcaico, que desde hace tiempo no le aporta un ápice de beneficio. Como dijo uno de sus más célebres y recalcitrantes militantes: ni ven ni escuchan a sus gobernados, y ahí está su mayor pecado, junto a la incongruencia que llevan a flor de piel. Una prueba irrefutable es lo que están haciendo en la Cámara de Diputados para evitar a toda costa que se desafuere al diputado Tarek Abdalá, quien es señalado por la Fiscalía de Veracruz por haber desviado 23 mil millones cuando se desempeñó como tesorero con Javier Duarte.

Todo indica que el Partido Revolucionario Institucional nada aprendió de su dolorosa experiencia cuando fue echado del poder. Sencillamente, continuó de forma obcecada con las recurrentes corruptelas, las imposiciones, los saqueos, los abusos, la demagogia y la ineficacia gubernamental. Es decir, los mismos deplorables vicios de costumbre. El PRI no tiene remedio, no va a cambiar y, ante la resistencia al cambio, se deteriora cotidianamente. Los votantes se lo hicieron sentir el pasado junio cuando lo castigaron con la pérdida de siete gubernaturas. A pesar de ello, no hay transformación de fondo. Siguen aferrados a las “mañas” ancestrales que hoy ya no funcionan.

Fingir que se gobierna bien tiene repercusiones para la población, pero fundamentalmente para el gobierno, que no puede ocultar la realidad en campos tan sensibles, como la economía, lo social, lo político, lo educativo y el estado de derecho. Máxime si el gobierno mira hacia otro lado en actos como Odebrecht y Oceánica o permite que funcionarios de alto nivel reciban generosas e inmorales liquidaciones cuando renuncian a sus puestos para brincar a otro, tal como lo hizo el ex director de la CFE y actual presidente nacional del PRI, Enrique Ochoa Reza. Así es, imposible mover a México, como no sea hacia el precipicio.

@BTU15

 

 

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José Cárdenas