Colaboración de Carlos Ferreyra
Dicen que en las primeras horas de la mañana se ven las parvadas que en perfecto orden de combate recorren una y otra vez el vuelo, mientras otras aves lanzan trinos desde los árboles situados a lo largo de los caminos que alcanzan los poblados vecinos.
En la carretera que llega a Cuetzalan, para mi gusto el pueblo más hermoso no sólo de Puebla o México sino del continente, se encuentra el rancho San Martín, donde pasamos unos días de descanso Magdalena, mi esposa, y yo.
Cruzando, están los terrenos limpios, preparados para la siembra. Y a lo lejos sobre un montículo un panorama curioso: como punta de antena se aprecia la iglesia del lugar, Ocotlán, y en forma descendente como anillos, las modestas viviendas de los habitantes del pueblo. En el entronque, un letrero que exige defender el agua. Convoca a todos los ocotlanenses.
A escasos diez kilómetros, en Libres, una improvisada feria ocupa la Plaza de Armas que, claro, aquí conocen como zócalo. Muy raquítica la oferta culinaria, básicamente tacos tostados y tortas tradicionales.
Los juegos apenas colchones inflables para gozo de bebés y algún ejercicio de tino. Quizá lanzar aros a vasos que contienen el premio, elote adicionado de sal, limón y chile piquín.
Toda esta modestia que los locales disfrutan enormemente, se compensa con las compras en ranchos vecinos. Con precios decentes y sin artilugios o añadidos, se adquiere una mantequilla batida a mano… a la vista de sus productoras, las vacas limpias, con ojos ensoñadores y siempre mascando. Rumiando, dicen.
El Paso por el mercado, donde se compran verduras que todavía huelen a campo y que conserva un resto de la tierra donde crecieron, la carne delgada, aplanada, los clásicos bistecs de la matanza matutina.
Y así poco a poco y sin darnos cuenta, luego de tanto tiempo que se dan por perdidos esos sabores, los aromas y los recuerdos de una infancia feliz, empezamos una recuperación que será inolvidable. Sabores legítimos.
En la región elaboran unas gorditas que llaman tlayoyos y que en otras partes son conocidas como tlacoyos. Hacen el molote, extienden la masa, pero con el relleno que puede ser haba o frijol, ambos refritos. El sabor es indescriptible y son tan apreciados que las dos, tres, familias dedicadas a su venta también en Cuyoaco, no se dan abasto para la clientela.
Lo mismo reza para las empanadas de requesón, suaves, dulces sin abusar, crujientes (crocantes señalan los modernos), y que también vuelan en los comercios dedicados a su fabricación.
Así, como no queriendo se renueva el gusto por la cocina no de autor, tampoco con cierta influencia, sino comida auténticamente casera, con sabor a barro, manteca… a campo, pues.
Valió la pena abstraerse del internet y perder las llamadas de los cuates. Novedoso a estas alturas de la vida, recordar una habitación totalmente a oscuras, sin ruidos exteriores y un cielo estrellado que en la mañana es luminoso, azul muy intenso y con nubes que se mueven con majestuosa lentitud,
Un sol alto, altísimo, brillante y que calienta sin quemar. Esta es zona fría, normalmente, por ahora es cálida, amistosa. La planicie que se pierde en el infinito, reverbera y muestra su generosidad que habrá de entregarnos pronto el fruto de su vientre. Los alimentos…
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