Gabriel Casillas
Trump ya no es un riesgo, es una realidad. He leído y escuchado una gran variedad de opiniones al respecto. Por el lado pesimista, algunos consideran que la victoria de Trump significa un síntoma más de un fenómeno mundial de intolerancia, racismo, misoginia y ambiciones de dominación, que nos va a llevar a una fase muy dolorosa para la humanidad. De acuerdo a estas opiniones apocalípticas, nos encaminamos a una tendencia hacia la destrucción masiva de vidas, al estilo Hiroshima, el Holocausto, las hambrunas de China y Rusia o la Peste Negra en Europa. Si bien nos conminan a “prepararnos para lo peor”, al menos la mayoría concluye que no es el fin de la humanidad porque la historia nos enseña que al final del día los seres humanos nos adaptamos y salimos adelante. Por el lado optimista, otras personas piensan que Trump dijo todo lo que dijo para ganar la Presidencia y que al ser una persona pragmática, dará un giro de 180 grados y gobernará de manera muy distinta. Inclusive blindan su opinión argumentando que en el peor de los casos, Trump no podrá hacer desastres aunque quiera, porque el andamiaje institucional que rodea a la figura presidencial en Estados Unidos lo restringe significativamente o que de plano, es muy probable que viole la ley y por lo tanto sea depuesto.
En mi opinión, pensar que nos encontramos a punto de iniciar una era de destrucción en un mundo tan interconectado, sobre todo con el avance tecnológico que tenemos, particularmente con las redes sociales y el internet móvil, suena muy poco probable que suceda. No obstante lo anterior, creo que por el contrario, pensar que Trump no hará nada de lo política o económicamente incorrecto dijo que iba a hacer, es caer en lo que algunos psicólogos llaman “etapa de negación”. En este sentido, yo me inclino a pensar que el Brexit, Colombia y ahora Estados Unidos -en donde excluyo el hecho de que los Cubs de Chicago hayan ganado la Serie Mundial, que los Vaqueros de Dallas observen un récord de 8-1 o que la Academia Sueca de Ciencias le haya otorgado el Premio Nobel a un músico este año (Bob Dylan)-, entre muchos otros acontecimientos, son síntomas de un movimiento anti-establishment. Después de una larga y profunda crisis en donde la desigualdad se ha incrementado de manera significativa, la gente quiere cambios. Entonces ¿Qué va a pasar? Enfocándome en las consecuencias económicas para México, considero que Trump instrumentará muchas de sus políticas siendo icónico, emblemático, pero que “no se disparará en el pie”. Es decir, construirá el muro -probablemente con los ingresos de derechos migratorios o alguna forma de impuesto a las remesas-, aumentará la de por sí ya alta tasa de deportación de Mexicanos, hará algunos cambios pequeños en el TLCAN –que no necesariamente tendrán un efecto negativo-, y apoyará a algunas industrias, como las agropecuarias en donde será relativamente sencillo cumplir con los requerimientos para imponer barreras arancelarias (como comenté en “¿Y si ganara Trump?”, 14 de octubre).
Sin duda el triunfo de Trump no es positivo para México, pero considero que no es catastrófico. Así, anticipo que la incertidumbre que reine de aquí al 20 de enero o tal vez que se alargue hasta los primeros 100 días del gobierno de Trump (hasta el 30 de abril, 2017) detenga la mayoría de los nuevos proyectos de inversión, tanto de empresas extranjeras, como mexicanas, relacionadas o no con el sector exportador. Esto probablemente desacelere el ritmo de crecimiento del empleo y tenga un impacto negativo en el consumo privado en el primer semestre del año que entra. Por otro lado, es muy probable que la fuerte depreciación adicional que ha sufrido el peso mexicano en las últimas semanas resulte en un mayor traspaso a la inflación. No para que se genere una espiral inflacionaria, pero sí para modificar mi pronóstico de inflación para finales de 2017 de 3.4 poro ciento, a 4 por ciento. Estas dos circunstancias van a modificar las ganancias que han tenido los trabajadores en su poder de compra en los últimos dos años, en los que han podido negociar aumentos salariales de 3.5 a 4.5 por ciento, con una inflación por debajo de 3 por ciento. En este sentido, es probable que con la desaceleración del empleo, el año que entra los trabajadores no puedan llevar a cabo negociaciones salariales por arriba del 2.5 por ciento y enfrenten una inflación anual alrededor de 4 por ciento. Así, considero que el PIB de nuestro país crecerá a una tasa de 1.1 por ciento en el 2017, en lugar de 2.3 por ciento que proyectaba antes, pensando que ganaba Hillary. Este pronóstico asume que la incertidumbre sobre el TLCAN –que es lo que más nos podría afectar-, disminuye hacia finales del primer semestre del 2017 y la economía mexicana retoma un ritmo mayor de crecimiento en el segundo semestre del año que entra. Este nuevo pronóstico del PIB es similar a lo que nuestra economía creció en el 2013. No implica crisis, ni recesión, simplemente refleja el alto grado de incertidumbre que vivirá el mundo y en particular nuestra economía en los próximos meses.
Twitter: @G_Casillas
*El autor es Director General Adjunto de Análisis Económico y Relación con Inversionistas de Grupo Financiero Banorte.