El próximo presidente de Estados Unidos –¿o debo decir desunidos?– provoca vientos de odio y violencia racista contra nuestros migrantes y temor e incertidumbre por el futuro de la economía nacional.
Indignado debería mostrarse el supremo gobierno ante el negro panorama, con un fascista al mando del gran imperio.
Hasta ahora, cualquier pronunciamiento del régimen había sido leve murmullo, salvo el llamado del secretario de Hacienda para calmar el nerviosismo de los mercados financieros ante los tiempos de tensión e incertidumbre y la discreta orden de la secretaria de Relaciones Exteriores para que el cuerpo consular atienda a nuestros paisanos.
Trump, congruente con su locura, ha anunciado su plan de deportar de inicio a 2 o 3 millones de migrantes que tengan algún antecedente penal… después vendrán los demás; un acto de ‘maldad’ contra los dreamers, escribe The Washington Post. Obvio es que gran parte de esos indocumentados son mexicanos, y su salida de EU representaría un daño brutal; la economía nacional dejaría de recibir 25 mil millones de dólares anuales por concepto de remesas.
La prudencia del Gobierno mexicano no puede confundirse con insensatez
Urge a Peña mandar señales claras de que está tomando muy en serio la victoria de Trump.
Nos decía el ex presidente social-demócrata español, Felipe González, que Trump representa el peligro de un jinete apocalíptico, un “sicopolítico” explotador del miedo de su nación a lo que significan los mexicanos, los migrantes en general y el libre comercio sin cortapisas. Recomendó al gobierno de México fortaleza, no vecindad sumisa.
“Las emociones explotadas por Trump han detonado el ultra nacionalismo. El populismo del candidato republicano ha superado el peligro de cualquier populismo de izquierda”, remata Felipe González.
La mano amiga tendida por el Presidente de la República y la promesa de reunión con Donald Trump antes de la toma de posesión, programada para el 20 de enero próximo, de algo servirá para amortiguar el “descontón” inicial…
Mientras, el peso sigue encogiéndose. Las primeras señales lanzadas desde Nueva York por el presidente electo en su entrevista con la cadena CBS, alarman, aunque no sorprenden. Nos quedamos pálidos solo de escuchar la intención de demoler el TLC y abortar el Acuerdo Transpacífico de Cooperación (TPP). Al parecer nada detendrá los planes del magnate para “proteger” la “grandeza americana”.
El triunfo del político advenedizo ha sido tomado como un permiso para expresar el odio racial que permanecía aletargado entre algunos estadunidenses. Está de moda la denostación, la agresión y acoso a las llamadas minorías. Las 300 protestas de decenas de miles de “perdedores chillones” –como llama a Rudolph Giuliani a quienes se niegan a aceptar al republicano–, parecen preocupar, pero no ocupar a los ganadores.
EL MONJE RESIGNADO: Cuando el odio habla, Obama calla.