Francisco Fonseca
12 de octubre de 2016. Más de cinco siglos han pasado desde que un intrépido aventurero italiano se topara equivocadamente con las hermosas tierras de América. A partir de entonces se sucedieron numerosas expediciones para hurgar y conocer a fondo el hallazgo. Había razones para codiciar, había motivos para colonizar.
La idea de establecer asentamientos humanos en América daría prestigio a los reinos de España y Portugal. Prestigio y riqueza. Ambos dan preponderancia y poder. España salía del sojuzgamiento árabe de siete siglos. Necesitaba respirar por sí sola, ubicarse entre los imperios poderosos. El destino la llevaría a enfrentarse, el siguiente siglo, con la blanca Albión, con Enrique VIII y su hija Isabel I, duros rivales. España necesitaba reforzarse, alimentarse y crecer. Cristóbal Colón daba la pauta, y el botín era América.
El colonialismo moderno empezó en el siglo 15 con los viajes de los portugueses a lo largo de la costa africana. Enrique el Navegante bajó por la costa africana y llegó a las Islas Madeira en 1419 y a las Azores en 1427; Bartolomé Díaz en 1487 se aventuró más al sur y dobla el Cabo de Buena Esperanza, adentrándose en el Indico; y posteriormente Vasco de Gama llegó hasta Calcuta en la India, en 1498. El español Juan de la Cosa ya hacía pequeñas expediciones cerca del Continente Europeo hasta que finalmente decidió acompañar, en 1492, al audaz y temerario genovés viniendo al mando de una de las tres carabelas famosas. Portugal y España fueron los primeros imperios en establecer colonias en ultramar y se aferraron a ellas, incluso después de que su fuerza imperialista hubo perdido su primitivo impulso. Toda América se convirtió en dominio europeo.
Los sistemas económicos impuestos a las zonas colonizadas nacieron de la simple premisa de que los países colonizadores tenían derecho a cualquier beneficio que sus nuevas posesiones les ofrecieran. España y Portugal actuaron a su leal saber y entender, que fue casi siempre el práctico, sobre la base del sometimiento a que da derecho la superioridad tecnológica y los avances políticos y religiosos de la metrópoli. Se utilizó siempre un buen pretexto: la cristianización y la propagación de la fe. Bajo esas premisas, México estuvo sometido durante más de tres centurias. Nuestro país cumplió así con su cuota histórica. Sojuzgamiento, represión, esclavitud, despojo.
Las posturas al colonialismo han variado según la época y los países. Lo más frecuente ha sido aceptar el colonialismo como una simple manifestación de la omnipresente verdad de que el fuerte domina al débil. El factor misional no ha estado nunca del todo ausente; sin embargo, la suposición más generalizada ha sido que las colonias existen o deben existir en beneficio del país colonizador.
Estos beneficios terminaron para España en los inicios del siglo 19. De intervenciones y muchos despojos. A partir de entonces, nuestro camino ha sido de tribulaciones y de subdesarrollo. Ciertamente es parte de los que nos heredó el coloniaje. No creo que sea momento de celebraciones ni de conmemoraciones; tampoco de condolencias. Es hora de recapacitar en que somos mexicanos, de una estirpe singular y única en el mundo. Que nuestro país es hoy y ahora; que nuestro destino es luminoso, y que el pasado es solo eso.