Desesperado, inquieto como león enjaulado, el candidato republicano enseñó las llaves de la cárcel y amenazó con cerrar las rejas de una celda de castigo con Hillary Clinton adentro, por haber usado su correo privado para transmitir miles de mensajes de Estado. Fue el momento culminante y más vergonzoso del segundo debate de los candidatos a la Casa Blanca.
Si no fuera porque Trump ha acostumbrado a su país y al mundo a ofensas y desentonos insólitos, la amenaza de investigar y encarcelar a su rival demócrata merecería entrar en los anales de la historia electoral estadounidense.
La reacción virulenta del patético Trump fue planeada para desviar cualquier golpe merecido por sus arrebatos machistas, con el alegato de llamar a sus juicios sexistas “charlas de vestidor”, como si el hombre no fuera esclavo de sus dichos.
En cambio, la señora Clinton fue firme, juiciosa, prudente, serena, atenta y consciente, quizá demasiado, no corrió riegos. Estuvo menos sonriente que en el primer debate, con una estrategia centrada en permitir que Trump se echara la soga al cuello con argumentos deshilvanados y proclamas que puedan revertir en su contra.
Hillary venció, pero no convenció; tibia, no lució ni calentó, no fue ágil y agresiva; dejó pasar una gran oportunidad. La ventaja de la demócrata no es inmensa como debiera, al tiempo que Trump, con arranques pasionales, tenso y crispado, incontenible, resistió sin gran elocuencia y mejoró sus expectativas, según encuesta de CNN.
Trump estará herido, pero no muerto, al menos para aquella mitad de los electores que no lo ven como el desquiciado, radical, racista, desgraciado e incapacitado para ser presidente de los Estados Unidos de América.
Por la sala de la Universidad Washington, en San Luis Missouri, pasearon la retórica populista y las ideas más extremas y agresivas junto con filosas preguntas del público y dos excelentes moderadores. Pocas veces se habían oído tales descalificaciones personales.
Quizá hubo demasiado de sexualidad viciada, pero en cuanto al contenido político, el segundo debate repitió la historia del anterior.
Afuera, las aguas republicanas hierven. De acuerdo con Político/Morning Consult, el fin de semana pasado Trump vio disminuir en 60 por ciento el apoyo de los republicanos y hubo rumores de abandono por parte de su compañero de papeleta, Mike Pence, mejor evaluado que Trump.
Como boxeador vapuleado, Trump podrá tener las cejas cortadas y la visión distorsionada. Quizá llegue mermado al tercer round, en Las Vegas (19 de octubre), pero los golpes de Hillary Clinton aún no lo han noqueado… y si Trump sigue de pie podría dar un golpe de suerte, voltear la tortilla, y remontar la desventaja.
EL MONJE GREMIAL: Memoria para René Avilés Fabila cuya frase, “El gran solitario del Palacio”, usada como título de una novela, se convirtió en referente para describir y explicar los quebrantos del poder. Avilés, murió el domingo; lo partió el rayo fulminante de un infarto.