Benjamín Torres Uballe
En pleno verano, se le vino la noche más obscura al gobierno del presidente Enrique Peña Nieto. El mandatario, su equipo y el poderoso grupo que lo impulsó a la Presidencia apostaron todo a las 12 reformas constitucionales. Ahí depositaron su capital político. El arranque fue bueno. El priista llegó a Los Pinos con buen nivel de aceptación, merced a una exitosa estrategia mediática.
Con la firma del Pacto por México se vislumbraba una provechosa relación del priismo presidencial con las principales fuerzas políticas. Hasta ahí todo marchó de manera aceptable. Pero vino el caso Iguala, Tlatlaya, la Casa Blanca y las acusaciones del relator de la Organización de las Naciones Unidas acerca de que en el país la práctica de tortura es generalizada, para que las penurias del Ejecutivo federal se hicieran presentes.
Desde entonces, aquel camino llano y sin obstáculos aparentes se tornó en una ruta inextricable que permanece inamovible hasta hoy. Sometido al más exhaustivo de los escrutinios posibles, a Peña Nieto le es prácticamente imposible tomar decisiones que no sean cuestionadas de manera severa por sus detractores, incluso por un amplio sector del Revolucionario Institucional.
Resulta que ciertas resoluciones del mexiquense han sido a todas luces desastrosas y han incidido directamente en la rotunda caída de la aprobación a su trabajo. Por ejemplo, no explicar de manera suficiente y satisfactoria el asunto de la Casa Blanca y la generosa constructora involucrada, hecho que se complicó con la imposición a modo de un secretario de la Función Pública caricaturesco para exonerar por fast track cualquier resquicio del cúmulo de sospechas.
Quizás ésa es una de las “conductas” que más exacerbó el rechazo y antipatía de la sociedad hacia el Presidente, su partido el Revolucionario Institucional, y en general hacia toda la clase política. Constatar que en nada ha cambiado el dinosaurio tricolor llevó sólo unos meses, saber que ahí siguen prevaleciendo el amiguismo, la corrupción, el derroche, la opacidad, toda clase de negocios y, por encima de ello, lo más deleznable: la protección a pillos surgidos de sus filas.
Ahí están las evidencias: Humberto Moreira, César Duarte, Roberto Borge y el más lesivo de ellos, al que no sólo han tolerado, sino incluso le han permitido que siga en la gubernatura de Veracruz: Javier Duarte, el peor gobernador en la historia jarocha —y vaya que ya ha padecido algunos—. Lastres como ese conjunto colaboran de manera contundente a intensificar la debacle del partido oficial, que en sus hombros lleva también por necesidad al desgastado priista número uno.
La errática e ineficaz política de comunicación social implantada por la actual administración le ha ocasionado más perjuicios que beneficios al presidente Peña Nieto. Primero fue el anquilosado —y aficionado a la buena vida— David López Gutiérrez, quien no comprendió jamás que no es lo mismo “comunicar” en Toluca que hacerlo para la República Mexicana y el mundo, tanto así que tuvo que ser despedido, aunque premiado con una diputación federal. No podían dejarlo fuera del presupuesto.
Hoy esa área no ha mejorado gran cosa con Eduardo Sánchez Hernández, abogado de profesión; comunicar desde Los Pinos sigue siendo un flanco muy débil para el mandatario mexicano. ¿O será que no hay cosas verdaderamente relevantes y positivas que comunicar a la sociedad?
Pues, ¿cómo se puede informar a la población que Oaxaca está en manos de la CNTE?, que la tiene sitiada, que los señores disidentes son quienes mandan en ese estado, que sin miramientos humillan a policías federales, que son ellos quienes deciden quién circula y quién no por las carreteras oaxaqueñas. En verdad, es una tarea cuasi imposible, nadie la cree, nadie la escucha.
Pareciera que el sureste y el sur de la nación se le incendian al presidente Peña Nieto y no sabe cómo apagarlos. Oaxaca, Chiapas y Guerrero asemejan por momentos a sendos estados fallidos, donde el gobierno ha perdido el control del estado de derecho y el monopolio de la fuerza para garantizar el orden. Tamaulipas y Morelos tampoco escapan a los riesgos de tal conflagración.
No parece haber en el gobierno federal quien armonice y ponga orden en el virtual estado de sitio al que la CNTE y sus grupos “afines”, así como quienes los impulsan y financian, tienen sometidos a oaxaqueños y chiapanecos, tampoco para meter en cintura a los grupos delincuenciales que tienen aterrorizados a los guerrerenses, en especial a los habitantes de Acapulco.
Faltando poco más de dos años para concluir el sexenio del presidente Enrique Peña Nieto, el desgaste se anticipó, la carrera por la sucesión en Los Pinos está a todo lo que da, y hoy es posible ver a un mandatario políticamente agotado, cuyo resplandor se eclipsó dramáticamente ante la ausencia de cambios fundamentales en el modo de ejercer el poder.
Un Presidente que proyecta una imagen de hastío, de hartazgo, al que ciertamente hoy no le aplauden ni le celebran nada. Únicamente las selfies que sus admiradoras incondicionales le solicitan en las giras parecen devolverle fugazmente el ánimo y hacerle rebosar de alegría, en este verano cargado de obscuras noches e inclementes tormentas que parecieran ser el preludio de una alternancia en la silla presidencial.
@BTU15