El ataque de Omar Mateen, estadunidense, hijo de inmigrantes afganos, es un cóctel de ingredientes explosivos, incluida la venganza contra el odio musulmán, y el componente de la homofobia.
Acerca del primer factor, hay evidencias. Acerca del segundo, los hechos muestran un error.
A todo lo sabido del horror ocurrido en Orlando, agregue este dato: según testigos, Mateen era cliente frecuente de bares gay, entre estos el Bar Pulse, sitio de la tragedia, al cual acudió al menos una docena de veces. El asesino solía citarse para conocer otros hombres a través de las apps gay Jack’d y Grindr y Adam4Adam.
La ex esposa del asesino ignoraba la homosexualidad de su pareja.
Un empleado del Pulse, declara que una noche Mateen se enfadó por una broma religiosa contra el Islam, y amenazó a otro cliente con un cuchillo; era explosivo… y radical.
Más allá de peritajes e investigaciones policiales, el multihomicidio arroja otra verdad: el terreno especulativo es fértil para el discurso del odio que se expande a velocidad endemoniada… y resulta políticamente rentable para alimentar fanatismos.
Basta leer las reacciones irracionales, xenófobas y racistas de Donald Trump al señalar a todos los musulmanes como enemigos de Estados Unidos para sembrar desconfianza en una sociedad vulnerable a las amenazas “externas”, aún cuando el terror provenga de sus propios ciudadanos, de un virus doméstico enquistado, como reconocen el presidente Obama y la pre candidata Hillary Clinton.
En el extremo opuesto a Trump, está la propaganda oportunista del Estado Islámico al glorificar a Omar Mateen como “un soldado del califato”. Cierto, la masacre revela “inspiración” en las sombras del fanatismo yihadista.
Las antípodas del extremismo exacerbado finalmente se juntan para sacar la mejor raja de la peor tragedia; detonan una espiral de miedo que se sabe dónde comienza pero se ignora dónde, cuándo y cómo puede terminar.
EL MONJE PENDIENTE: El 22 de mayo pasado, cinco personas fueron asesinadas en el bar gay La Madame, de Xalapa Veracruz. La hipótesis de las autoridades se encamina a un ajuste de cuentas entre narcomenudistas, aunque aún nadie ha sido capaz de descartar la ejecución como un crimen de odio, como odiosa resulta la reacción radical del clero católico, que desde el púlpito maldice la amenaza contra la institución familiar –según ellos– propiciada por la iniciativa presidencial para legalizar el matrimonio entre personas del mismo sexo y evitar la discriminación.