La primera mujer que ha ocupado la Presidencia brasileña logró un 56 % de votos en 2010 de la mano de su mentor, el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva, que confió en esta economista, una técnica de perfil bajo que fue su ministra de la Presidencia, para mantener el proyecto del Partido de los Trabajadores (PT) que él mismo había iniciado con su triunfo electoral en 2002.
Rousseff recibió un país con un crecimiento del 7,5 por ciento, un desempleo del 5,7 por ciento y programas sociales que ayudaron a revalidar el triunfo del PT y fueron reconocidos internacionalmente, como el «Bolsa Familia», que beneficia a unas 13,8 millones de familias.
La «luna de miel» del Gobierno con la sociedad duró poco. Los números dejaron de cuadrarles a los brasileños y aumentó el malestar social mientras las patronales y los mercados empezaron a marcar distancia con el Gobierno.
En 2013 el descontento se plasmó en movilizaciones multitudinarias en las calles y en revueltas contra la subida de las tarifas de transportes.
Una política intervencionista que no agradó a las patronales y el impacto de la crisis internacional y de la caída de los precios del petróleo y las comodities complicaron las cuentas de la presidenta.
El país había cambiado mucho al final de su primer mandato y Rousseff logró una reelección ajustada, en segunda vuelta, con 54 millones de votos, el 51,6 % del electorado, en octubre de 2014.
Pese a sus promesas electorales, Rousseff no logró dar un golpe de timón para retomar el rumbo de la economía brasileña.
En 2014, la caída de los indicadores macroeconómicos derivó en déficit presupuestario por primera vez en una década.
Un año después, Brasil registró una inflación récord, -10,67 %-, la economía tuvo su peor desempeño en un cuarto de siglo, con una caída del 3,8 %, y el desempleo trepó hasta rozar el 11 por ciento, el mayor de la historia del país.
El «gran error» de la presidenta, explica el economista André Nassif, fue «prolongar más allá de lo necesario las medidas para estimular la economía, lo que fue contraproducente porque indujeron el consumo pero fueron incapaces de atraer una tasa más significativa de inversiones privadas».
La corrupción se sumó a esta «tormenta perfecta»: el «Lava Jato» (lavado de autos), la mayor investigación de la historia reciente del país, destapó una compleja trama delictiva en la petrolera estatal Petrobras, mayor empresa del país.
Sin embargo, aunque salpica a todas las fuerzas políticas, el «Lava Jato» terminó por cercar al Gobierno y empañar la imagen del político mejor valorado por los brasileños, el expresidente Lula, en la mira de la Justicia por presuntas prácticas corruptas.
Las desviaciones, en conjunto, superan los 2.000 millones de dólares en una década, aunque la compleja trama armada alrededor de Petrobras, la «joya de la corona» brasileña, dificulta los cálculos de los investigadores.
El progresivo aislamiento de Rousseff y la debilidad del Gobierno y del PT facilitaron el camino para quienes apostaban por un cambio sin esperar a las próximas elecciones, en 2018.
Temer se prepara para asumir el Gobierno, de momento de forma interina, con un programa de marcado corte neoliberal, opuesto al de Rousseff.
Los mercados celebran hoy por adelantado, y sin esperar al resultado de la votación que se desarrolla en el Senado, el final del ciclo del PT: la bolsa de Sao Paulo abrió al alza y el real brasileño se revaluó frente al dólar.
Fuente: El Universal