La crisis migratoria que afecta a Europa es la “peor catástrofe humanitaria desde la Segunda Guerra Mundial”, asegura el jefe de la Iglesia católica.
En un gesto de solidaridad sin precedentes por parte de un papa, Francisco dio un ejemplo al mundo al regresar de la isla griega de Lesbos a Italia con tres familias de refugiados sirios que perdieron todo y sus casas fueron bombardeadas. En total son 12 musulmanes invitados a iniciar una nueva vida bajo la protección del Vaticano: «Es una gota en el mar, pero después el océano no será más el mismo», dijo.
El pontífice también destacó que la crisis de los refugiados es la «peor catástrofe humanitaria desde la II Guerra Mundial», ello al calificar que tuvo una jornada de trabajo que lo deprimió: «Este es un viaje un poco diferente de los otros. Está caracterizado por la tristeza», dijo durante el vuelo según el diario italiano La Stampa.
«Veremos a tanta gente que sufre, que está obligada a huir y no sabe a dónde ir. Vamos a visitar también un cementerio en el mar, donde se han ahogado tantos (…) Esto no lo digo por amargar, sino para que el trabajo de hoy pueda transmitir en los medios el estado de ánimo con el que hago este viaje», afirmó.
Ya en la isla griega de Lesbos, Francisco clamó: «Todos somos migrantes», por lo que también urgió a las naciones a forjar una solución «digna».
Francisco se inspiró en la madre Teresa de Calcuta —quien decía la frase del mar y la gota— religiosa que instaba a todos a cumplir pequeños gestos de solidaridad.
Los 12 sirios subieron rápida y discretamente al avión del papa, mientras el pontífice se despedía de las autoridades que se encontraban en la pista del aeropuerto de Mitilene, la capital de Lesbos.
El afán de subir al avión no era por temor a ser perseguidos, ya que viajaban con papeles legales. Tanto las autoridades griegas como las italianas contribuyeron en todo el proceso de reglamentación, según contó el mismo pontífice.
El gesto Francisco lo calificó como «un gesto humanitario» y no de política.
El hecho de que fueran todos de religión musulmana no representó un problema: «No escogí entre cristianos y musulmanes. Esas familias tenían sus papeles en orden y se podía hacer», detalló.
«Había también dos familias cristianas, pero los papeles no estaban listos (…) Para mí todos son hijos de Dios (…) son huéspedes del Vaticano, insistió.
A finales del año pasado, el pontífice argentino invitó a todas las parroquias de Europa a albergar una familia de refugiados, un pedido al que muchos no respondieron debido a la creciente desconfianza hacia los musulmanes.
Sumando a sus nuevos invitados, que tienen una visa humanitaria y presentarán en poco tiempo una solicitud de asilo ante las autoridades italianas, el Vaticano aloja a una veintena de refugiados sobre un total de mil habitantes.
Si los 300 millones de europeos siguieran su ejemplo, habría espacio para 6 millones de personas.
El papa recordó que algunos de los terroristas que han perpetrado atentados son hijos y nietos de nacidos en el continente europeo, pero no fueron contenidos por una verdadera política de integración.
Francisco también se pronunció en contra de cerrar fronteras y construir muros entre las naciones, porque a la larga la cerrazón hace mal: «Yo entiendo a los pueblos y a los gobiernos que tienen miedo, los entiendo y debemos tener una gran responsabilidad. Siempre dije que hacer muros no es una solución, vimos el siglo pasado la caída de uno, no resuelve nada».
Evocó su reciente viaje a México, con la misa que celebró en Ciudad Juárez a menos de 100 metros de la frontera binacional, más allá de la cual siguieron la celebración obispos y fieles católicos.
Aseguró que en esa frontera ocurre lo mismo que en el Mar Egeo o el Mediterráneo, porque el problema de las migraciones «es mundial».
No hay que olvidar que los migrantes, «antes que números, son personas, rostros, nombres, historias», insistió el papa en el puerto de Mitilene, donde recordó a los muertos en la travesía e instó a luchar «firmemente contra la proliferación y el tráfico de armas».
Tras guardar un minuto de silencio, él y otros prelados lanzaron sendas coronas de flores al mar en memoria de las víctimas.
En lo que va de año, 375 migrantes, en su mayoría niños, se ahogaron intentando cruzar el mar Egeo. Otros cientos murieron en 2015.
El número de fallecidos en el mar ha descendido tras la entrada en vigor del acuerdo entre Ankara y la Unión Europea, debido a que el número de llegadas a las islas griegas pasó de miles a decenas de personas cada día.
Fuente: Milenio