Por: Francisco Martín Moreno
Me resulta imposible dejar en el tintero las palabras pronunciadas por Oriana Fallaci el 29 de septiembre de 2001, mientras redacto la presente columna: “Hay momentos de la vida en que callar se convierte en una culpa. Hablar, una obligación, un deber civil, un desafío moral, un imperativo categórico del cual no te puedes evadir.”
¿Por qué razón todos somos cómplices en lo que se refiere a los políticos, casi la totalidad de ellos, que entienden sus cargos públicos como la dorada oportunidad de hacer negocios privados? Analicemos el caso de Humberto Moreira en el Estado de Coahuila: este priísta, un cleptómano más de la pandilla tricolor, sin ignorar, desde luego a la mayoría de los militantes del partido amarillo o a los del azul o a los de Morena, la partidocracia mexicana está podrida de punta a punta, pues bien, el tal profesor Moreira, maestro singular en la comisión de peculados, dispuso ilícita, abierta y cínicamente del ahorro público de los coahuilenses en su propio beneficio y con total impunidad. ¿Quién protestó? ¡Nadie! El que calla otorga. El silencio complaciente de la ciudadanía constituyó una invitación para continuar con la corrupción, con el tráfico de influencias, los desfalcos, en fin, para lucrar con el patrimonio de la nación…
¿Cuál tendría que haber sido la respuesta de un electorado enervado porque le robaron los ahorros depositados en la tesorería del Estado a través del pago de impuestos? Para comenzar, al conocerse el escandaloso delito a través de los medios masivos de difusión, así como la existencia de deudas por 34,000 millones de pesos, la ciudadanía tenía que haber tomado furiosamente la calle para protestar airadamente por el despojo y por el peso de una gigantesca deuda que los coahuilenses tardarán muchas décadas en poder pagar. La deuda alcanzará los hijos y a los nietos. ¿Qué sucedió? ¿A qué se redujo la protesta? A la nada: muy pocos tomaron la calle siempre cuando no lloviera… Los empresarios, también desfalcados, bien podrían haber hecho un llamado para provocar un paro nacional en el Estado a título de protesta porque los tributos enterados con grandes esfuerzos para financiar el gasto público o construir obras de infraestructura, además de escuelas, tecnológicos, universidades y hospitales, entre otras proyectos más, una parte sustancial fue a dar al bolsillo del profesor Moreira y sus compinches, quienes invirtieron los recursos mal habidos en Texas o en Europa para desperdiciar la escasa sangre de la nación. Si por lo menos los bandidos hubieran dejado el producto del hurto en México… No, el daño fue doble…
¿Más cómplices? Si, ahí están las autoridades del Estado que supuestamente justifican su existencia al tratar de evitar cochupos o desfalcos y, sin embargo, tampoco hicieron nada, como tampoco cumplieron con sus obligaciones las cámaras empresariales ni el Congreso local. Todos fallaron. ¡Claro que las instituciones federales también deberían haber investigado los hechos ilícitos cometidos por Moreira desde la época de Calderón, hechos ignominiosos que ahora los españoles nos enrostran para nuestra vergüenza! Nadie hizo nada. Todos somos culpables. No hay sanción jurídica ni social para los bandidos. No existen las culpas absolutas. Si México está podrido todos somos responsables y, por lo tanto, cómplices por omisión. Nadie tiene derecho a quejarse…
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