Silenciosa, íntima y observadora, la escritora brasileña busca desvelar las entrañas del alma humana e invita a los pequeños a redescubrir el mundo.
Cuando Clarice Lispector (1920-1977) comenzó a escribir, quiso que sus historias aparecieran, como las de otros, en el Diario de Pernambuco, que publicaba cuentos infantiles cada jueves. “Yo no me cansaba de mandar mis cuentos, pero nunca los publicaban, y yo sabía por qué. Porque los otros decían: ‘Érase una vez y esto y lo otro…’. Y los míos eran sensaciones”, confesó la escritora brasileña en una entrevista que concedió a finales de 1977, poco antes de morir.
Lispector, quien nació en la pequeña ciudad de Chechelnik, Ucrania, pero había emigrado junto con su familia a Brasil siendo aún una niña, comenzó a escribir casi inmediatamente después de que aprendió a leer. Silenciosa, íntima y sobre todo observadora, con su escritura Clarice siempre buscó desvelar las entrañas del alma humana, incluso cuando de historias para niños se trataba.
“Soy una lectora de la obra de Clarice para adultos. Cuando recibí sus obras infantiles fue una sorpresa y una alegría descubrir que ella había escrito para niños, pero fue más sorpresa encontrar la misma voz de Clarice en esas historias que la que había visto en sus historias para grandes”, cuenta la ilustradora argentina Raquel Cané, quien, junto con la traductora Alicia Salvi, trabajaron en la edición de tres historias infantiles de Lispector ilustradas.
Publicadas en coedición por la Dirección General de Publicaciones de la hoy Secretaría de Cultura y Vergara y Riba Editoras, La vida íntima de Laura, Casi de verdad y ¿Cómo nacieron las estrellas? revelan a una Lispector observadora, “una Clarice que abre preguntas y no las concluye, que se atreve a plantear temas de una forma muy cruda, descarnada, muy natural, y a plantear temas casi existenciales que apelan claramente más a la emoción que a lo racional”, dice la ilustradora en entrevista.
De las primeras historias para niños que Lispector escribió no quedó rastro, ella nunca se interesó en guardarlas. Las que hoy aparecen y otras más que imaginó fueron escritas esporádicamente, casi siempre después de que se convirtió en madre. Ella misma contaría, por ejemplo, que su hijo Paulo le exigió en cierta ocasión que le escribiera una historia; de ahí surgió El misterio del conejo que pensaba, en el que la autora quiso hablar de una historia real, de cosas que su hijo conocía.
Y así, con esa misma impronta, llegarían otras. Siempre hay en las historias para niños de Clarice un anclaje con lo real, por muy crudo que pueda resultar. En La vida íntima de Laura, Lispector propone imaginar cómo se ve el mundo desde los ojos de una gallina. El ave, como si se tratara de una persona, cuenta cómo es la vida dentro del gallinero y habla del temible gallo Luis o de cómo todos los días debe ingeniárselas para sobrevivir y no ser convertida en un caldo, a pesar de ser la gallina que pone los mejores huevos.
Pero no hay sólo introspección en las historias de la autora de La pasión según G.H., también hay un registro minucioso de las cosas. “Como ilustradora tuve que acotar muchísimo ese registro del detalle, de la construcción del escenario, porque hay demasiada información en la imagen. Quise realmente tener una aproximación, un contacto con la emoción. Elegí que la metáfora tenía que venir desde la emoción, no desde una construcción exhaustiva de lo narrativo”, agrega Cané.
En esa cualidad, Salvi encuentra la fascinación que estas historias, escritas originalmente en la década de los 60, pueden tener todavía para los niños.
“Clarice parece estar diciendo: sé curioso, atrévete, mira a tu alrededor, mira este mundo y siente. A medida que va narrando, esa voz va llamando a mirar: fíjate, fíjate en ese perro, mira esto, mira lo otro, se muestra ella como una reveladora, lo que cuenta no lo está inventando es algo que ella estuvo observando con ese modo de mirar el mundo en detalle”, agrega la especialista.
Y en cada uno de los tres libros infantiles de Lispector está la mirada de la autora. Junto con el editor en Argentina, Cané ideó convertir a la escritora en un jaguar, así la imaginaba, y en cada una de las guardas de los libros aparece la ilustración de un felino de mirada penetrante. “Para mi Clarice, ella misma tenía algo felino, no sólo por su fisonomía, por sus rasgos, que era bellísima, sino por todos sus movimientos, la escuchaba hablar, la escuchaba moverse”.
¿Cómo nacieron las estrellas? recopila 12 leyendas brasileñas reescritas por Lispector a manera de narración oral; en todas está la presencia natural del país sudamericano y sus personajes de fantasía.
En Casi de verdad vuelven a ser los animales los protagonistas o el instrumento para que la autora le hable a los más pequeños del poder, la opresión y la lucha de los más débiles para vencer al poderoso.
“Las historias infantiles de Clarice no están unidas a un momento o a una circunstancia histórica, suceden en ellas cosas que están en todas las infancias. Sus cuentos tienen algunas notas de los relatos infantiles que son esenciales, como el tono, la imaginación, el recurso de la imaginación sin cortapisas, sin ponerles limites, de soñar libremente pero no son canónicas, no son clásicas, no comienzan de un modo clásico, no intentan explicar nada en particular”, remata Alicia Salvi.
Fuente: Excélsior