Estamos acostumbrados a que la tecnología nos haga la vida más fácil; el mundo conectado nos promete que todo se logra en un clic. Las versiones se actualizan minuto a minuto para complacer al demandante usuario. Con tanta oferta disponible, la competencia entre las marcas del sector está basada en hacerla más sencilla y accesible en materia de uso, servicio y valor agregado. La pregunta es: ¿lo logran?
Comenzamos a hacernos usuarios frecuentes de una marca y autocalificarnos como pro Apple, Google o Microsoft: los tres gigantes que se pelean por dominar el mundo de los sistemas operativos en computadoras, tabletas y teléfonos. De esa decisión, no tan sencilla, parte nuestra experiencia de interacción diaria con la tecnología.
Sin embargo, no siempre podemos elegir la mejor tecnología para nosotros; el mundo laboral la impone de acuerdo con sus intereses. Otras veces, el uso masivo nos orilla a elegir la más popular y compatible. Luego entonces, sin quererlo, conoces el mundo del marciano y de la manzana, un servicio de correo en nube o en escritorio, un procesador de palabras abierto o pagado… un universo de posibilidades.
Sin importar la preferencia de marcas, nuestro estilo de vida nos lleva a usar tecnología y a consumir contenidos acordes a ésta: blogs, aplicaciones, juegos y noticias. Además, el mundo nos demanda estar conectados y, sin darnos cuenta, tenemos al menos dos o tres aplicaciones de comunicación; estamos disponibles y públicos en todo momento.
Sea por convicción o no, he detectado que el uso de la tecnología provoca un efecto importante en las personas: la frustración. Si bien ya es parte de nuestras vidas, nos quejamos constantemente de ésta y caemos en estados alterados cuando no logramos nuestros objetivos o cuando no sucede lo que queremos. ¿Será que esperamos mucho de ésta?
Tres detonantes de la frustración
La doble palomita azul
La comunicación era sencilla. Tomar el teléfono, llamar y hablar. En su defecto, dejar un mensaje o mandar un SMS. Hoy es todo lo contrario: estar disponible y público en todo momento complica el proceso. Que la tecnología se tome la molestia de notificar si estamos conectados o si leímos un mensaje, no es del todo bueno; por el contrario, es motivo de reclamos y otras conductas. No recibir respuesta tras ver la doble palomita o ver una sola palomita dos horas después de enviado un mensaje o, peor aún, no ver doble palomita pero ver a la persona en línea… vicia el proceso de comunicación.
Lo de menos, frustración; lo de más, obsesión y ansiedad.
La adicción al juego
Te vuelves fanático de un juego que reta tus habilidades. No está mal distraerse un rato. Sin embargo, conforme avanza el juego, éste se complica y demanda más tiempo, esfuerzo y hasta dinero. Es normal que la frustración llegue a nosotros, pues nos estamos poniendo a prueba, pero existen límites. Todo tiene precio en el mundo de la red. Las aplicaciones gratuitas tienen un objetivo de fondo.
Lo de menos, altos niveles de frustración, enojo y dejar el juego; lo de más, la obsesión, compras compulsivas para seguir avanzando y no dejar el juego.
Cambio de versiones
Si no eres un nativo digital, dominar una tecnología es un triunfo. La frustración viene cuando el programa, software o aplicación en cuestión cambia de versión. Un ejemplo claro: Google Maps, que en su afán de mejorar y asemejarse a otras aplicaciones, cambia constantemente sus funcionalidades.
Lo de menos, cambiar de aplicación; lo demás, frustrarte mientras manejas perdido en la ciudad, terminar en un embotellamiento o con una multa.
Tenemos que ver la tecnología como un facilitador y darle un lugar equilibrado en nuestras vidas. Elegir qué tanto la empoderamos; ya no sólo le damos el control de nuestra vida, también de nuestras emociones. Si una tecnología te lleva a la frustración, seguro no es para ti.
Fuente: Forbes