No será por falta de escalones famosos en la capital de Estados Unidos. Desde los del monumento a Lincoln, esa escalinata desde la cual un día un hombre negro dijo tener un sueño, se puede dejar vagar la vista hasta alcanzar en la lejanía el Capitolio. También de mármol blanco, los que preceden al monumento a uno de los padres fundadores, Thomas Jefferson, son asiento para contemplar el magnífico espectáculo de cerezos en flor que anuncia la primavera washingtoniana. Sin buscar doble lectura, los del Tribunal Supremo pueden llegar a ser asesinos, de lo que resbalan en época de lluvias.
Todos están en las guías turísticas y en mayor o menor medida se puede ver sobre ellos una legión de palos de selfie (la famosa varita propiciadora de autorretratos). Y nadie se pregunta por qué. Porque la respuesta es obvia: Lincoln, Jefferson, Corte Suprema… Sin embargo, mucha gente no encontraba explicación a esos grupos de turistas que se fotografiaban a los pies de 75 escalones situados entre las calles M y Prospect, en el barrio de Georgetown, frente al río Potomac.
Se acabó el enigma. Desde el pasado fin de semana, la escalera por la que cae y muere el padre Damien Karras en la película El exorcista (a estas alturas no creemos que su muerte destripe el filme a nadie) tiene su reconocimiento oficial, con placa incluida. El día anterior a Halloween, con la ciudad ya llena de brujas y aprendices de zombies, la alcaldesa de Washington, Muriel Bowser, destapó el cartel conmemorativo que abre la puerta a que esos escalones entren en la historia del Distrito de Columbia.
“La famosa escalera de El exorcista no solo rinde tributo a una película icónica sino que se ha convertido en parte de la rica historia cinematográfica del distrito. Este reconocimiento es más que merecido y estoy convencida de que este lugar continuará siendo un destino favorito para residentes, turistas y estudiantes durante muchas décadas”, declaró Bowser, junto al director de la película, William Friedkin, y el guionista de la misma, Peter Blatty.
Para quienes asistieron a la conmemoración, los escalones de El exorcista son sus particulares escalones de Lincoln o Jefferson, un lugar de referencia al que acudir de vez en cuando y por supuesto llevar a cada visita que se deje caer por la ciudad.
Si el visitante de turno es un milenial, es probable que haya que explicarle incluso el argumento de la película de 1973, ese en el que una jovencísima Linda Blair poseída por el maligno gira la cabeza 360 grados, vomita masa verde y escupe obscenidades a partes iguales y le pregunta a su aterrorizada madre (Ellen Burstyn), con voz de hada mala de Disney: “¿Has visto lo que ha hecho la cochina de tu hija?” (en la traducción al español). Un clásico.
Cuando la pequeña Regan MacNeil comienza a tener cambios extremos de humor que van más allá de su época preadolescente, su preocupada madre decide recurrir a un exorcista una vez descartada toda lógica médica. Al final de los 122 minutos de metraje, con un sacerdote ya muerto en el intento, el padre Karras implorará al demonio que le posea a él y abandone el cuerpo de Regan.
Su ruego se cumple, pero el sacerdote (interpretado por el ya difunto Jason Miller) opta por lanzarse por la ventana de la habitación, situada en el segundo piso del 3600 de la calle Prospect, inicio de la escalinata que ahora lleva el nombre de la película. Karras caerá por las escaleras de piedra y se le administrarán los últimos sacramentos al pie de los ya famosos escalones.
El autor de la novela y guionista del filme explicó el pasado fin de semana que si Georgetown es el lugar elegido para el filme, el argumento se inspiró en un hecho real sucedido en 1949 en una casa de San Luis (Misuri) cuando él era joven. El exorcismo lo sufrió un niño al que se llamó Roland Roe para proteger su identidad.
Tras aquel supuesto exorcismo, del que en su día informó el diario The Washington Post, el niño se convirtió en un hombre normal que se casó, tuvo hijos y dedicó su vida a trabajar para el Gobierno de Estados Unidos. Otro clásico.
Fuente: El País