Cuando en la mañana del 11 de septiembre de 2001 el entonces presidente de Estados Unidos George W. Bush visitaba una escuela en el estado de Florida parecía que iba a ser un día como tantos otros.
Bush acudió al centro para leer un libro a los alumnos y promover la educación. Pero a las 9:05 de la mañana, cuando el primer avión de pasajeros ya se había estrellado contra la Torre Norte del World Trade Center en Nueva York, el jefe de Gabinete Andrew Card ingresó en el aula y susurró al oído al presidente: «Un segundo avión chocó contra la segunda torre. América está siendo atacada».
En ese momento ya habían muerto cientos de personas y otros dos aviones de pasajeros se encontraban bajo control de los terroristas.
En el extremo sur de Manhattan reinaba el caos. Transcurrieron 102 minutos desde el impacto del primer avión hasta el colapso de la segunda torre. Se había producido el ataque terrorista más grave en suelo estadunidense.
Las imágenes del horror volverán a transitar por las pantallas de la televisión cuando este domingo 11 de septiembre se conmemoren los ataques. Quince años después se volverá a reconstruir cada minuto, cada detalle, cada anécdota de las víctimas, de los testigos y los familiares.
Decenas de documentales, películas y novelas llenan los estantes y miles de artículos de prensa hacen referencia a ese día. Hay obras de teatro, series de televisión, poemas y libros sobre el 11S, hay canciones de rock, letras de rap y composiciones de música clásica que recuerdan aquella tragedia.
Un visitante sin conocimiento previo que hoy en día llegara a la bautizada como «Zona Cero» no podría imaginar la muerte que impera debajo de este lugar. Los turistas sacan fotos, sonríen o descansan a la sombra. Algunos incluso querrían arrancar las rosas que decoran los nombres grabados de las víctimas en el monumento. Solo unos pocos rinden el homenaje que merece un lugar en el que murieron miles de personas.
Es el caso de Michael Mahn, que un soleado lunes por la tarde se encuentra delante de una fuente de agua y mira al vacío. «Es un buen lugar», dice el joven trajeado, de 27 años, oriundo de Long Island y que pronto empezará a trabajar como abogado en las cercanías.
Y entonces, vendrá aquí a menudo a la hora del almuerzo. Cuando cayeron las torres, Mahn estaba en séptimo curso, en la clase de ciencias sociales.
«Realmente era un día precioso», recuerda Anthony Palmeri sobre los instantes previos a la primera explosión que sacudió el barrio de Tribeca y dejó enormes columnas de humo negro alzándose hacia el cielo. «Estaba tan despejado que se veía muy lejos».
En aquel momento este neoyoquino de nacimiento tenía 23 años y era bombero voluntario. Aquel martes le llegó la llamada de emergencia que no parecía posible. Incluso hoy se le quiebra la voz cuando relata a otros lo vivido.
Palmeri, de barba gris y ojos amigables, se encuentra bajo la sombra de un árbol ante una de las dos enormes fuentes que marcan el lugar donde estaban las torres, como si se tratara de huellas gigantes grabadas en la tierra. Desde hace casi nueve años organiza visitas guiadas a este lugar y les cuenta a los turistas lo ocurrido el día en que murieron dos mil 977 personas.
Les cuenta por ejemplo cómo hubo gente que se lanzó por la ventana a una muerte segura desde los pisos superiores; cómo pasaron 12 segundos hasta que una de las torres se derrumbó por completo; cómo él estuvo meses ayudando a retirar 1.8 toneladas de escombros y acero, o que el 40 por ciento de las víctimas nunca fueron identificadas. Cómo estos 102 minutos transformaron para siempre a Estados Unidos y al resto del mundo.
«Es sanador para mí. Se siente como estar en casa», explica Palmeri el motivo por el que sigue haciendo estas visitas gratuitas.
«Es una de las mejores cosas que he hecho en toda mi vida». Una y otra vez se seca unas lágrimas, y cuando hacia el final le pide a los visitantes que no sólo le muestren a sus amigos y familiares en casa las fotos, sino que les cuenten toda la historia, son varios los que se echan a llorar.
La comisión que investigó los atentados mostró en un informe de 585 páginas lo poco preparado, vulnerable e impotente que era Estados Unidos el 11 de septiembre de 2001. Ni el Gobierno ni el Ejército o las fuerzas de seguridad y de rescate tenían respuestas adecuadas a la magnitud de la catástrofe.
«No estábamos preparados», dice David Fidler, experto en terrorismo, armas de destrucción masiva y ciberseguridad en el Council on Foreign Relations de Nueva York. Ni en esta ciudad ni en el Pentágono y en Shanksville, Pennsylvania, donde murieron otras 224 personas en total.
«Nunca sabes cómo será ser un presidente en tiempos de guerra hasta que llega el momento», dice George W. Bush mirando al pasado.
«La guerra se desató sobre nosotros de forma inesperada».
Fuente: La Jornada