Una carta es, por naturaleza, una comunicación interpersonal casi siempre privada, excepto en los casos de las llamadas “cartas abiertas”, en las cuales se hace del conocimiento general (desplegado) algo en otros momentos reservado para la conexión personal.
Su expedición, casi siempre dentro de un sobre cerrado y en tiempos pretéritos lacrado para garantizar confidencialidad, debe ser un acto de confianza. El remitente confía en la lectura de su mensaje y el destinatario cree en su exclusividad.
Pero eso cambia cuando en la política una carta se divulga, a veces antes de ser enviada a su destinatario, para acompañar la misiva con el respaldo de un grupo mayor en algunos casos de un grupo político o un patrioterismo apoyador, como la carta Sheinbaum-Trump.
La epístola conocida ayer por la mañana, antes (o simultáneamente), de ser leída por Trump, ya había sido divulgada a través de todos los medios. La habíamos escuchado todos en la voz de la señora presidenta o la habíamos disfrutado en portales y páginas de internet o noticiarios de radio comercial.
Pero más allá de este avance imprudente (o simple recurso de presión, muy en el estilo “atravesado” del gobierno anterior), el pliego se aleja de los modales de la diplomacia y en su primer párrafo le sorraja un sopapo al futuro presidente de los Estados Unidos.
Le dice de entrada:
“Me dirijo a usted, a raíz de su declaración del lunes 25 de noviembre, sobre migración, tráfico de fentanilo y aranceles. Probablemente no esté al tanto, que México ha desarrollado una política integral de atención a las personas migrantes de diferentes lugares del mundo que cruzan nuestro territorio y tienen como destino la frontera sur de los Estados Unidos de América”
Escribir eso, en el tono de estas líneas, equivale a decirle al ensoberbecido Trump: “…como usted no sabe lo que pasa, yo se lo voy a decir…”
Sin entrar en el análisis de la certeza de ese diagnóstico, y aun estando de acuerdo en la infinita ignorancia y aprovechamiento político de Trump sobre esa materia y otras muchas, no es útil una buena estrategia abrir el fuego cuando no se tiene capacidad de respuesta.
El motivo de la carta es este mensaje de Trump:
“…El 20 de enero, como una de mis muchas primeras órdenes ejecutivas, firmaré todos los documentos necesarios para cobrar a México y Canadá un arancel de 25 por ciento sobre todos los productos que entren a Estados Unidos y sus ridículas fronteras abiertas…”
Como se ve en el lenguaje de la restauración imperial emprendida por Trump su intención no se somete a consulta: “…firmaré todos los documentos necesarios para cobrar a México y Canadá un arancel de 25 por ciento sobre todos los productos que entren a Estados Unidos…”
Obviamente la carta de la señora presidenta es una argumentación para evitarlo, cosa posible, pero no como consecuencia de una carta cuyo contenido (en el cual los rapapolvos son frecuentes) debió ser objeto ANTES de intercambios diplomáticos, negociaciones y trabajo fino.
“… Usted debe estar al tanto también del tráfico ilegal de armas que llega a mi país desde los Estados Unidos. El 70% de las armas ilegales incautadas a delincuentes en México, proviene de su país”, lo cual es una pública confesión de lo fácil de meter armas a este a este país de contrabando o gracias a nuestras corruptas aduanas.
Otra llamada atención al presidente electo es esta:
“…Presidente Trump, no es con amenazas ni con aranceles como se va a atender el fenómeno migratorio ni el consumo de drogas en Estados Unidos…” Sólo le faltó decir, el suyo es un país de drogadictos; no México.
La carta –a fin de cuentas– tiene un propósito de imagen (por eso se divulga); no de comunicación. Mucho menos de persuasión.
La pregunta es, ¿servirá de algo en la Casa Blanca? No lo creo.
Rafael Cardona
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