Uno de los argumentos fundamentales para justificar la prisión preventiva oficiosa es el riesgo de fuga del inculpado.
Cuando Rosario Robles fue detenida durante una comparecencia voluntaria en el juzgado, la existencia de un domicilio “alterno” al manifestado fue suficiente para esgrimir un riesgo de evasión. Todo eso con base en una falsa licencia de manejar, sembrada por la parte acusadora con el auxilio de un juez familiarmente relacionado con una adversaria de Rosario Robles. Dolores Padierna, tía del juzgador Delgadillo Padierna.
Una vil manipulación de la justicia, como se demostró tres años más tarde. Rosario no tenía ni los medios ni la intención de fugarse. Sin embargo, fue hundida en la celda.
Pero un caso de mayor sevicia es el de Jesús Murillo Karam injustamente acusado por un delito extravagante: una conspiración para ocultar un crimen de Estado como si se tratara de una mente maestra capaz de enturbiar hasta las leyes de la Gravitación Universal.
Hoy, cuando Emilio Lozoya goza de la garantía procesal de una prisión domiciliaria (en realidad una restricción geográfica) justo es reclamar un trato igual para Murillo quien además de la injusticia carga sobre su humanidad un sin fin de quebrantos de salud: hipertensión, problemas neurovasculares y secuelas de Covid y neumonía, además de los daños propios de la reclusión y la edad.
El riesgo de fuga es impensable en el caso de un hombre avejentado y enfermo cuya movilidad apenas le permite ir de una habitación a otra sin ayuda. La ineptitud de la comisión especial de Iguala, la pobreza de la investigación realizada por Alejandro Encinas (al final hasta lo corrieron), dejó la pesquisa en manos del presidente de la República quien por asumió ese papel. Pero también sus consecuencias inhumanas.
Murillo merece y necesita –hasta por razones de supervivencia–, el arraigo domiciliario. Mantenerlo en la cárcel es una muestra impía de la falsedad del “humanismo mexicano”. Nadie pide su exoneración, por ahora. Sólo es exigible un proceso en libertad condicionada. Sólo eso.
MUJER LADINA
Quién sabe si llamarle públicamente ladina y demás lindezas (racista, clasista) a una candidata de oposición sea un delito electoral si quien lo hace es el presidente de la República. En todo caso es un gesto grosero y de poca delicadeza. Corrientito pues.
Pero al calificar de mujer ladina a Xóchitl (con eso insultaban los hacendados a los indígenas insumisos, dice ella misma), el señor presidente nos conduce a la rústica melodía de aquella canción quizá descriptiva de su actual estado de ánimo.
“…Por una mujer ladina, perdí la tranquilidad; ella me dejó una espina que no me puedo arrancar…”
¿Le estarán pasando al señor presidente esas perturbaciones tan bien descritas en la pueblerina canción del Jalisciense Juan José Espinosa?
¿Habrá perdido quizá la tranquilidad y la frialdad de cabeza nuestro Gran Timonel por causa de esta mujer ladina?
No lo sabemos, pero su insistencia en hablar de ella, nombrarla, denostarla y ocuparse de su candidatura como si fuera la propia, no demuestra ecuanimidad, más bien señala biliosa inquina.
Pero mientras eso sucede ocurren cosas extrañas.
La clientela más fiel al lopezobradorismo, es el sector de la tercera (o cuarta) edad. Los viejitos pensionados. Son la base de su arraigo, el cimiento de sus programas socio electorales.
Por eso llama la atención lo ocurrido el martes pasado en el LXXX aniversario de la Casa del Actor “Mario Moreno”. Hubo un festejo conmemorativo y de pronto llegó Xóchitl a quien los ancianos y sus invitados recibieron con gritos jubilosos de ¡presidenta, presidenta!
Después la secuestraron en el patio y la fusilaron con fotografías.
LAS VALIJAS
Confirma Carlos Navarrete, en su momento secretario del PRD: nunca recibió Andrés Manuel sobres amarillos. En ellos no habrían cabido los millones entregados en maletas.
Difícil refutar cuando alguien dice, yo lo vi, yo lo viví.
Rafael Cardona