Carlos Urdiales
Sobre la marcha
Cuando Andrés Manuel López Obrador el político, sea materia de análisis político habrá de ocupar un lugar destacado entre los dos o tres personajes mexicanos con mayor entendimiento y comprensión del juego en el que decidió participar y ganar.
Como candidato al gobierno de Tabasco, de la Ciudad de México y a la presidencia, cada vez que perdió -en la capital nacional no- construyó una narrativa que lo colocó como una víctima digna y combativa de los poderes fácticos.
Hizo suyos a los enemigos imaginarios del pueblo, les puso nombre y rostro. Interpretó magistralmente al despojado de bienestar, de justicia, de educación, salud y sobre todo, del derecho a mandar.
Supo atender a la base de la pirámide social apropiándose de las demandas más simples y complejas. Inventó, desde antes de alcanzar la plenitud del poder constitucional, las soluciones a todo mal social, ha decretado el fin de la corrupción y la solución, vía becas y otras subvenciones, de toda carencia mayoritaria.
Al margen de los hechos, sus dichos marcan agenda y orientan votos. Nunca buscó gobernar, esa tarea secundaria habrán de hacerla sus herederos en el poder y en partido. Lo suyo es la épica, la perorata mañanera infinita que a golpe de repetición proyecta el multiverso 4T.
Cuando la historia política mexicana se ocupe de AMLO se habrán de contar las veces que como presidente supo burlar las ataduras formales que la investidura y una práctica democrática moderna imponen.
A la SCJN la tomó con mayor profundidad que cuando Ernesto Zedillo la reformó. A los organismos autónomos los hizo dependientes de su presidencia, lo mismo a la CNDH que a los reguladores. Primero destruye y luego impone.
A sus opositores partidistas los acomoda donde le son funcionales para proyectar un País binario, conservador, ambicioso y corrupto, o uno
liberal -solo de membrete-, fraterno -solo de membrete- y honesto -solo de membrete.
Nación 4T de blancos y negros, sin titubeos, de buenos o de malos. Obscena disyuntiva que goza de aprobaciones mayoritarias. Simplificación que plantea que gobernantes que se asumen como honestos integrales son eficientes y en consecuencia el pueblo disfruta de un manantial burocrático del cual emanan medicinas, educación, seguridad, prosperidad moral y material.
Al cierre de su última navidad en Palacio Nacional, al mandatario le sale todo. Lo que sus opositores intenten le tiene si cuidado. Que no transita su quinta ministra de la Corte, insiste y si no, entonces impone. Si MC en su circo fosfo fosfo le hace segunda y desfonda al bloque de contención en el legislativo, entonces encaja las reformas judiciales y de la Guardia Nacional.
Así, despacito, con acento, sorna y determinación, el régimen guinda se consolida. Ya vendrá otra que enfrente cómo seguir pagando los decretos verbales del líder, como apalancar las obras emblemáticas y las concesiones militares. A su tiempo.