Cuando alguien no sabe asumir un error de edición, suele culpar (y es válido) a los “duendes” de la imprenta. Así, nadie es responsable de publicar una cabeza maravillosa como aquella de la Reforma Agraria en marcha cuyo inspirado texto decía:
REPARTIÓ EL SEÑOR PRESIDENTE CIEN HETAIRAS.
Un esperanzado lector dijo para sus adentros: “Apártenme una”.
Pero para desgracia de muchos de nosotros, los mentados duendes no existen. Si eso fuera, no necesitaríamos ni correctores ni redactores avezados. Existen los errores, las ocurrencias, la superficialidad.
Y todo esto porque en la columna de ayer alguien (y no un duende), metió una mano correctora cuyo efecto desvirtuó el sentido de las cosas.
Explico. Con motivo de la fusión del Fondo de Cultura Económica y Educal, yo escribí:
“Quizá en lo administrativo fusionar la red Educal (una paraestatal distribuidora y comercializadora de libros) con el Fondo de Cultura Económica (una editorial de larga trayectoria), tenga algún sentido.
El sinsentido es atribuirle al fondo un carácter de arcaico, aristocrático, sin arraigo popular y sin prestigio en la sociedad, como dice la propaganda del Circo Ataybo”.
En la edición de ayer el texto apareció con un cambio destructivo:
“Quizá en lo administrativo fusionar la red Educal (una paraestatal distribuidora y comercializadora de libros) con el Fondo de Cultura Económica (una editorial de larga trayectoria), tenga algún sentido.
El sinsentido es atribuirle al fondo un carácter de arcaico, aristocrático, sin arraigo popular y sin prestigio en la sociedad, como dice la propaganda del Circo Atayde”.
Como se ve frase inicial (cuyo ingenio, aclaro, no es mío sino de Margarita Michelena), pierde todo sentido y ya ni siquiera significa algo.
Pero esas cosas suceden.
En una ocasión, cuando yo dirigía un semanario, entrevistamos a Carlos Montemayor con motivo de la gran novela suya, “Guerra en El Paraíso” Obviamente “El Paraíso”, es un locativo y “El” un pronominal. La cabeza, en la portada, aparición como “La guerra en el Paraiso”, sin acento. Y El, cómo el (articulado). Nunca hubo tantas fallas en tan pocas palabras.
Montemayor, ante mis encendidas disculpas y contriciones, se reía y decía, dentro de un tiempo presumiremos la anécdota.
Pero los errores tipográficos (cuando había tipografías artesanales, manuales o humanas), no son patrimonio exclusivo de los periodistas. Ocurren todos aquellos campos de la palabra. No solo la palabra escrita, supuestamente con tiempo para revisiones y correcciones. Sobre todo, en la palabra hablada, como en las cabinas de radio.
Recuerdo el caso de un locutor cuyo trabajo inicial, fue anunciar una fábrica de colchones y almohadas.
Debía decir, TENEMOS PARA USTED EL MÁS AMPIO SURTIDO DE ALMOHADONES Y COJINES” y por una traición del subconsciente, clamó: TENEMOS PARA USTED EL MÁS AMPLIO SURTIDO EN ALMOHADINES Y COJONES.
Así pues, no hay lugar para los enojos ni las quejas, cuando mucho para la distracción.
Termino esto con una nota al parecer real.
Don Alfonso Reyes, junto con Martín Luis Guzmán el más alto prosista de nuestro país quiso un día retar a la fortuna tipográfica y convocó a un grupo de amigos con quienes formó una plaqueta perfecta.
Compusieron los textos con maestría; como dijo Octavio Paz de la labor tipográfica de Alí Chumacero, transformando las páginas en un jardín de letras.
Al final, alborozados por la milimétrica perfección y la densidad de la tinta; la limpieza del papel exacto, la pureza los tipos elegantes y toda la impecable labor editorial, incluyeron un colofón presuntuoso.
Esta plaqueta fue impresa en los talleres de tal y cual, ubicados en tal lugar en la ciudad de México, a los tantos y cuantos días del mes perengano del año fulano, etc. Y confirmamos que no tiene ninguna “erata”.
La errata, fue la palabra erata.
JAVIER
Bien dotado para la palabra, por cierto, Javier González Rubio, mi amigo de muchos años, murió en los albores de agosto.
Abelardo Martín me contó de su frágil estado, hace unos meses y lo busqué para verlo. Quedamos en una fecha imprecisa ahora imposible. Lo despido con afecto. Descanse en paz.
Rafael Cardona