Hace cuatro días entramos al solsticio de verano. Estamos pues, en la época ideal, ni calor ni frío, temperatura agradable, tal vez tiempo de vacaciones, de vagancia, de relajación.
El término solsticio proviene del latín “sol” y “sistere”, y significa que el sol está quieto, se mantiene. El día del solsticio de verano tiene el mayor período de luz del día (o sea, es el día más largo del año); la excepción son las regiones polares. Los círculos polares marcan las zonas de la tierra donde el Sol no se pone (verano) o no sale (invierno) durante 24 horas, al menos una vez año.
Sin embargo, la naturaleza se ha vuelto impredecible. Hace años- no muchos- nuestros ancestros podían medir, con la sabiduría de quienes trabajan de sol a sol en las actividades del campo, el paso rítmico del tiempo, la llegada de las lluvias bienhechoras, los efectos de las estaciones en las cosechas, el tipo de productos agrícolas que debían sembrar en cada época del año.
Los datos históricos revelan que los desolados parajes del desierto del Sahara eran -hace tres mil años- fértiles sabanas sembradas de lagos que se beneficiaba de las abundantes lluvias llegadas del Océano Indico. Todo hace suponer que, debido a un grave cambio climático, las únicas lluvias que recibe ahora el Sahara, provenientes del Mediterráneo, no son suficientes para el desarrollo de la vida y el desierto ensancha fatídicamente sus dominios.
¿Qué fenómenos climáticos pueden causar oscilaciones térmicas que se reflejen en las sequías y las precipitaciones descontroladas, como las que provocan «El Niño» y » La Niña?…
A principios del siglo 20, un astrónomo yugoeslavo, Milutin Milankovic, sugirió que los cambios climáticos que han dado lugar a las glaciaciones debían estar relacionadas con las variaciones del movimiento de la Tierra alrededor del Sol. Postulaba Milankovic que los cambios de inclinación del eje terrestre y los cambios de excentricidad de la eclíptica terrestre eran causantes de las variaciones de insolación y, por supuesto, de todos los cambios climáticos. De esta forma estableció una teoría llamada variaciones orbitales o ciclos de Milankovic.
Los cálculos del científico son acertados. En muchas partes del mundo existe un ciclo de unos 20 años de duración, en el que se alternan períodos lluviosos y secos. Estos ciclos podrían ser la causa de las fuertes sequías como las que afectaron a la mayor parte de los países del África septentrional.
Si a esto agregamos el creciente deterioro del medio ambiente por el uso indiscriminado de combustibles fósiles y la deforestación, entre otros factores, debemos estimar el incremento de los períodos de sequía e inundaciones. Uno de los más grandes climatólogos del mundo, autor de más de 360 publicaciones sobre el tema este respecto, fue el doctor Hermann Flohn, de la Universidad de Bonn. Flohn pensaba que, además de la expansión de las zonas áridas, veríamos la fusión de la totalidad de los hielos árticos y de gran parte del casquete polar de la Antártida, con un aumento del nivel del mar superior a los 50 metros. Parece de ciencia ficción ¿no es cierto?… Bueno, tampoco creíamos en la posibilidad de que un ser humano pisara suelo lunar o en la clonación de animales.
El solsticio de verano ha sido reconocido y celebrado por muchas culturas a lo largo y ancho del mundo. Egipcios, incas, mayas, etc., fueron civilizaciones que construyeron sus grandes manifestaciones de vida e base a la observación de los cielos.
La atmósfera y el océano de la Tierra actúan como barrera para el calor, absorbiendo y reflejando los rayos solares. Aunque el planeta absorbe gran cantidad de los rayos solares en el solsticio de verano, se necesitan varias semanas para liberar esa energía. Como resultado, los días más calurosos en el hemisferio norte coinciden en junio, julio y agosto.
Para muchas culturas modernas, los solsticios y los equinoccios ya no son tan importantes. Las únicas personas que “realmente prestan atención a lo que ocurre en el exterior de forma regular son los neopaganos (aquellos que han reivindicado religiones antiguas) y los agricultores, en muchos países, porque es importante para las estaciones de cultivo y de cosecha”, explica Jarita Holbrook, una exastrónoma cultural de la Universidad de Arizona, en Tucson.
“El calendario era muy importante, mucho más de lo que lo es ahora”, afirma Ricky Patterson, un astrónomo de la universidad de Virginia. “La gente quería saber qué era lo que iba a pasar, para poder estar preparados”.
Pero en la actualidad, somos una cultura mucho más de interiores, por lo cual tenemos menos conexión con el cielo. Es decir, ahora tenemos conexión entre nosotros.
Para mi siguiente colaboración trataré de explicar cómo los días de calor producen tal virulencia en el ser humano que afecta sensiblemente su carácter produciendo reacciones que los demás miran sin comprender.
Fundador de Notimex
Premio Nacional de Periodismo
TE PUEDE INTERESAR: