Gracias por asomarse a la ventana…
No se habla de otra cosa.
Todo paso de repente en las calles de Culiacán; sicarios muy bien armados, en misión suicida, doblaron a la fuerza federal que, por orden superior, dejo ir a un hijo de “El Chapo”.
¿Entre la lluvia de balas no había más que hacer?
El presidente López Obrador no se arrepiente de la decisión tomada esa tarde-noche triste. Inolvidable. Dice estar dispuesto a comparecer para explicarla.
Esta es la primera vez que el gobierno cede públicamente.
La que no cederá es la gente que padeció seis horas de terror, entre disparos y gritos, sitiada por caravanas de sicarios.
Los militares, a quienes se les apareció el diablo en el infierno de Culiacán, quedaron en ridículo, además indignados por las amenazas criminales contra sus familias.
La condena por el desastroso operativo y la humillante retirada caló en el desánimo social. Una encuesta del Gabinete de Comunicación Estratégica arroja que mientras el 54 por ciento de los entrevistados está en desacuerdo con haber liberado al hijo de “El Chapo”, reclamado por la justicia estadunidense; un 34 por ciento está de acuerdo.
Mientras, legisladores preparan banquillos para sentar y cuestionar a los secretarios de Seguridad Pública y Gobernación.
Todo esto pasa cuando ganan los malos.