Carlos Ferreyra
Sin demasiada alharaca pero con una eficacia que debería prevenir a los que pueden ser señalados por el índice sagrado, poco a poco están cayendo quienes en futuro cercano servirán para demostrar que la honestidad valiente funciona, que el combate a la corrupción va lento pero seguro.
Estamos viviendo una película mafiosa. El gran protector de los delitos, el abogado intocable y poderoso, Juan Collado, dio la voz de partida para la persecución de los supuestos, presuntos y no tanto, exfuncionarios que en las arcas públicas encontraron la vía del bienestar familiar. Por generaciones.
De los invitados a la fiesta del ahora recluso acusado de lavado de miles de millones a nombre propio y de sus representados, ya han caído digamos que los más notorios: Rosario Robles y hoy Eduardo Medina Mora.
De este jurista no se recuerdan sino dos anécdotas: el sumiso acatamiento de las instrucciones presidenciales para encarcelar a una treintena de ediles michoacanos de los que, salvo un par, los demás salieron libres.
Era Procurador de la República y antes había sido el espía mayor desde el Cisen, supuestamente controlaba los hilos de la política de albañal. Y se sumó a su práctica.
El otro hecho por el que se le recuerda fue la divertida mención del trío de zafados británicos del programa de automóviles Top Gear en el que analizaban el super auto deportivo mexicano, poblano para mayor exactitud, al que titularon como “tortilla”.
Hicieron cera y pabilo del tal auto en el que tenía grandes intereses uno de los cuñados de Héctor Aguilar Camín, desplazado por sus socios a los que demandó. Se ignora la base de la demanda y su resultado final.
Bien, los tres lorenzos hicieron bromas como acostumbraban, no le tenían respeto ni a sus instituciones sagradas, digamos la realeza, así que no había por qué detenerse cuando se trataba de un adefesio como el propuesto como super auto.
A la advertencia de que los mexicanos somos muy sensibles a este tipo de cosas, y que el embajador, Medina Mora, seguro tomaría cartas en el asunto, uno de ellos, desternillándose, aclaró que eso no sucedería porque el embajador mexicano Estaba envuelto en su sarape y dormido frente al televisor.
Pues sí, mereció la intervención de diplomático que aparte de esa estupidez no se le recuerda ninguna otra actividad relacionada con el Imperio Británico.
Salió de ese encargo e inexplicablemente se le adjudicó la representación más importante para México: la embajada en Washington donde pasó de noche. Nada qué comentar ni recordar, ni siquiera chusco como el episodio de los tres leocadios.
Acostumbrado a tropezar con la ley, en su actuación tal como se ha documentado en la Suprema Corte, sirvió como tapadera a notorios trasgresores incluyendo el uso de ciertos caminitos no del todo legítimos, tarea en la que sumó a sus colegas que ahora le dan la espalda.
Su renuncia, a todas luces ilegal ya que no expone las causas graves que la motivaron, fue merecedora de dos breves párrafos.
Para certificar que el dedo del creador estuvo presente siempre en este caso, los serviles conocidos festivamente como senadores, dieron entrada y sin mayor trámite aprobaron por absoluta, total mayoría la renuncia.
Con la salida de Medina Mora, se recibe la advertencia en los órganos teóricamente y hasta hoy independientes como el INE y la CNDH. Junto con la Corte, van tras las cabezas de esos institutos que no han aceptado el sometimiento acrítico ante el presidente de la República.
Vale recordar, en este caso, la sumisa disciplina de nuestras máximas autoridades, concretamente Ebrard y su jefe superior, ante los dictados de la Casa Blanca. La muestra ejemplar, la utilización de la Guardia Nacional de ninguna manera para combatir al crimen organizado, sino para perseguir inmigrantes procedentes de Centroamérica.
En imitación a un gesto trumpiano que pidió a China investigar a su posible contendiente por la presidencia gringa, hagamos una analogía: no fue como se dijo la Fiscalía de la Nación la que descubrió los fondos traficados por la familia Medina Mora en su conjunto.
Casualidad de casualidades, desde Washington se hizo una denuncia con aportación de cifras en cientos de millones de dólares, mientras en Londres se conocía similar información con iguales resultados.
Curioso, pues, que dos gobiernos donde el tal Eduardo pasó como “digno” representante de nuestro país, hayan decidido encuerarlo.
¿Tan preocupados están sus majestades británicas y el hombre naranja por la salud del sistema de gobierno en México? Que se los crea su abuela…