Carlos Ferreyra
El ataque a la casa del cardenal (¿cavernal?) Norberto Rivera y su miedo a declarar contra los supuestos agresores, nos lleva a una meditación introspectiva, a revisar internamente algunos de los antecedentes de ese gremio ya no tan sagrado que es el de las jerarquías religiosas.
Me referiré a los católicos, pero pueden sumar a quienes quieran, las religiones convertidas en medios de enriquecimiento. Una pastora clamando el diezmo de los feligreses porque los ángeles necesitan dinero para consumar la obra de Dios. Ella, mientras, se mueve en vehículos de super lujo y vive en mansión de quince habitaciones con canchas de tenis, salas de cine y muchos más.
En Morelia un absurdo obispo auxiliar se lanza contra quienes por necesidad o por ser víctimas de violación, deciden abortar. Excomulga a la afectada, a los médicos que la auxilien y a las autoridades. Y para redondear su cretinismo, el purpurado califica las violaciones como faltas menores; al parecer no merecen más castigo que la reprobación social.
Este señor de largas vestimentas debería conocer la historia de Morelia, donde dieron cátedra seres como Miguel Hidalgo; junto al sacro y Primitivo Colegio de San Nicolás de Hidalgo, sede de la Universidad, había un templo que fue rescatado y se convirtió en una hermosa biblioteca.
La curia amenazó con excomulgar a quienes se atrevieran a asistir a tal recinto. Bueno, ni siquiera los padres de familia, mochos y todo, tomaron en serio las amenazas de los sacerdotes a los que alguno más o menos culto, explicó que la excomunión no se dictaba por los tompiates del primer sacerdote con ocurrencias. Y no pasó nada, la biblioteca se encuentra allí, donde leí por primera vez a Jardiel Poncela, a mis diez años de vida.
El cardenal, o también cavernal guadalajareño, Juan Sandoval Íñiguez, el que quería a fuerza colgarse del cogote un santo y ante la oscuridad de la muerte de su antecesor, Juan Jesús Posadas, el Vaticano le dio a cambio dos decenas de santos cristeros. Este señor tranquilamente decidió esconder a los curas violadores de niños.
Así, formó una casa de descanso y oración para refugio de los degenerados que no alcanzó la justicia civil. Lo informó pública y cínicamente sin que hubiese reacción por parte de autoridades religiosas o laicas.
Y cómo podría haber tal reacción, si el protagonista del actual sainete, Norberto Rivera, no sólo apoyó a sus curas depravados, sino que los envió a Estados Unidos, Los Ángeles, donde las autoridades yanquis decidieron responsabilizar al cardenal mexicano que tiene vetado el ingreso al país del norte.
Para este señor los curas violadores de infantes son víctimas de la sevicia infantil, de las perversiones de quienes apenas están despertando al mundo y sus violencias. Los niños, dijo el descarado, con sus actitudes provocan a los sacerdotes. Coincidió con él otro purpurado, éste del norte y uno más del centro del país.
Menciono nada más los nombres de los dos más destacados, y en especial a Rivera, que a partir de que recibió el encargo del arzobispado y la boinita roja de cardenal, desató su ambición dicho en su favor, para beneficiar a su familia que de campesinos duranguenses se ve transformada en burgueses o nobles enriquecidos.
La víctima inicial de Norberto fue Monseñor Schulemburg, abad de la Basílica de Guadalupe, la fuente de riqueza más grande con que cuenta el Vaticano. Aporta muchos más fondos que los santuarios de Portugal y Francia.
Con el retiro de Schulemburg canceló la abadía y la convirtió en alguna especie de administración cuya cabeza y decisión concentró en sus manos.
Manipulador, logró que el gobernador del DF, López Obrador, le regalara la calle frontera a la basílica, así como el mercado que ocupaba parte de lo que ahora es el atrio eclesial.
Con la sociedad de Carlos Slim, transformó la zona, acaparó la venta de artículos religiosos y construyó un universo de nichos para las cenizas de los muertos que allí se depositan. Los socios del negocio quedaron inconformes puesto que Rivera colocó propiedades y concesiones a nombres propios o de allegados.
Hubo tibias protestas que llegaron hasta el Vaticano, lo que hizo que el mexicano no fuera bien visto durante las ceremonias papales. Se llegó al colmo de ni siquiera invitarlo o permitir su presencia en actos oficiales.
Y en tanto fue posible, lo descabezaron cumpliendo los ritos de la Iglesia y lo enviaron a su modesta residencia de la colonia Florida, donde se siente tocado por las divinidades simplemente por la vecindad con el representante en México del papa Francisco.
A lo mejor por ahí va la hebra…