Carlos Ferreyra
Son hechos que encierran la enorme tragedia de un país que, al decir de los estudiosos del mexicano, se come a la muerte, se ríe de la muerte, goza la muerte y, por ende, todo lo que rodea a una vida cada día más difícil, más agobiante y más desesperanzada.
El amigo lector habrá escuchado, leído incluso, las acusaciones contra Rosario Robles por la sustracción de más de un millar de millones de pesos, en una labor digna del más organizado hormiguero del orbe.
No es la primera acusación contra la hoy rejuvenecida Rosario, a quien se vio disfrutar las mieles del poder cuando responsable de la administración capitalina, pasaba sus fines de semana en Varadero.
Vuelo personal cortesía de su barragán, un argentino que vino a Mexico no a hacer la América, como decían los importados de Europa, sino a pervertir a los débiles mentales nacionales, tan proclives a la corrupción.
Y la primera debilidad la detectó en la mandataria a la que instaló en regia mansión de tipo colonial en el barrio de San Ángel.
Un tropiezo sentimental que le costó o casi le costó a Chayito su prometedor futuro a la vera de don Peje, que no se amilanó por las acusaciones contra la ex estudiante de morralito y huaraches y la sustituyó por un descuidado manipulador de masas, Rubén Bejarano, filmado en célebre documento que dio la vuelta al mundo por estúpido, evidente y revelador de hasta donde llega la perversión en las alturas burocráticas nacionales.
Recordemos: Andrés Manuel sabe lo que estoy haciendo, pero si se conoce públicamente, asumiré toda la culpa, Bejarano dixit. “Por AMLO me la comí todita”, fue otra de sus justificaciones.
Su interlocutor, Carlos Ahumada no pudo reprimir un gesto de complacencia que casi deriva en risa o de plano en carcajada abierta. Pero buen ensartador de idiotas, sin hacer gestos le entregó además de cientos de miles de dólares, las ligas para sus bolsillos.
Chayito, ante la avalancha de problemas que le arrimaron al inocente che, al que en franca violación constitucional mostraron en calzones en la cárcel, optó por una airosa desaparición, relativa porque se hizo periodista de TV y apareció por todos lados analizando, desmenuzando y corrigiendo al mundillo político del que procedía.
Y aquí regreso a la señora que, por lo pronto, se volvió priista, tiñó de tricolor a su hija a la que también dio hueso y ligó una sorpresiva e inesperada Secretaria de Estado.
Su manejo allí fue tan obscuro y sospechoso, que nuestro imaginativo presidente, su excelencia Enrique Peña Nieto, decidió enviarla a cargo igual pero de menos recursos. Ya no podría manejar los fondos de auxilio inmediato para mexicanos en desgracia.
En serio, en su poca capacidad de observación, el mandatario no se dio cuenta que la Secretaría que abandonaría Chayito había quedado exhausta, sin fondos. Y que en su nueva posición le renovarían las perspectivas económicas.
Lo aprovechó, nadie tiene duda. El diario Reforma no se ha limitado al señalamiento, sino ha seguido escrupulosamente los informes oficiales de cuánto, a qué y en dónde.
Y ha encontrado empresas falsas, socios que no sabían que lo eran y Centros de estudios superiores metidos en este ajo. Entre ellos uno del estado de Hidalgo, explicando la defensa del hidalguense Chong a la Rosario. En un descuido sabremos si el ex titular de Gobernación forma parte de la trama. No sería extraño.
El escándalo que pronto será tapado por alguna otra ocurrencia de los neogobernantes, lleva el consabido caminito de la impunidad, al menos de aquí a diciembre. Después, podría representar la imagen del pejemandato y convertirse en la procesada del sexenio.
Lo fue Diaz Serrano cuando Pemex, lo ha sido Elba Esther, linchada por obra y gracia de las redes sociales distrayendo la atención que merecen los Deschamps, los Flores, ambos emblemas superiores de la deshonestidad.
Rosario Robles ha emprendido el contraataque y su defensa ante la enormidad de las acusaciones. De frente y con su nuevo rostro rejuvenecido (con mis impuestos) declaró enfática que nadie ha aportado pruebas. Y tiene razón.
El colofón: es sabido, muy conocido el episodio de aquel infame enriquecido al amparo de las arcas públicas, que cuestionado en un foro popular le insistieron en su extrema indecencia, su perversidad y su desmedido enriquecimiento.
Pero, le indicaron, no tenemos pruebas…
El corrupto sujeto, cínico y muy seguro de sí mismo, respondió: ni las tendrán, me acusan de ladrón, no de pendejo. Y tenía razón.