Carlos Ferreyra
Tremendo ruidero se ha desatado porque un desaprensivo periodista, sin medir consecuencias, denunció a los diputados que han arramblado con todo lo que pudieron cargar.
Fiesta popular, los legisladores que ya se van aplican la máxima conocida desde la creación del hombre: vamos a llevarnos lo que podamos, porque los que vienen son muy ladrones y se van a ratear todo.
Así es, así ha sido siempre, sólo que hoy parece que los Padres de la Patria, como son conocidos los también llamados representantes populares, han actuado con la cara al sol, sin embozo alguno y sin disimulos.
El saqueo ha sido muy novedoso por desconocido. Los legisladores, sus ayudantes, llevan hasta los vehículos de los diputados los artículos de los que se apropian. Aunque originalmente hayan sido adquiridos por la institución.
El patrimonialismo en pleno. Cuando Joaquín Gamboa Pascoe, dirigente gremial de triste recuerdo, terminó su gestión como presidente de la Gran Comisión de la Cámara de Senadores, del salón de la Presidencia desapareció un enorme candil supuestamente una obra de arte europea.
La discreción de sus sucesores, dejó el despojo sin recuperación ni castigo. En el Candil Francés, una empresa especializada, se mandó hacer el nuevo que hoy luce, si es que no hubo ya quien lo expropiara, en el antiguo salón presidencial de Xicoténcatl.
En las sedes del Congreso no había prácticamente nada con qué autogratificarse. Apenas en los años iniciales de la década de los 90 se empezó a contar con un esbozo de televisión interna, apenas suficiente para que los reporteros vieran parte de la sesión desde la Oficina de Prensa.
Hubo desde luego quien tuvo un monitor en su despacho, así recuerdo el caso de Raúl Salinas Lozano cuyo hijo, Carlos, sabíamos que sería el sucesor de Miguel de la Madrid.
No era difícil adivinarlo. El Estado Mayor Presidencial le asignó guardia personal, chofer y lo acompañaba mañana tarde y noche, además hacía el servicio de organizarle visitas, reuniones y toda suerte de actos relacionados con su labor legislativa y extra legislativa, por supuesto.
Salinas Lozano hacía todos los esfuerzos posibles para desviar la atención hacia Alfredo del Mazo, al que señalaba como seguro candidato del PRI a la Presidencia.
Los senadores le daban por su lado, elogiaban a Del Mazo pero todos estaban sin duda alguna: el sucesor de De la Madrid sería Carlitos, a la sazón secretario de Programación y Presupuesto o algún a zarandaja por el estilo. El poder tras el trono, aseguraban.
A pesar de que el poder estaba centralizado en los presidentes de la Gran Comisión de cada cámara, salvo despistes o abusos como los que se cometían en diputados al amparo del poblano Guillermo Jiménez Macías, se respetaban los valores depositados en el Poder Legislativo.
Así fue que los senadores pudieron reclamarle a De la Madrid el préstamo de los papeles de la Diplomacia Insurgente, adquiridos en Estados Unidos por Nacional Financiera con una inversión de muchos millones de pesos y “regalados” al mandatario por el barbero en turno.
En una maniobra que mereció el aplauso y agradecimiento de quienes la conocimos, don Antonio Riva Palacio pidió al presidente que le permitiera al Senado hacer una edición fascsimilar de los documentos.
Se autorizó y mientras el Estado Mayor organizaba el operativo, Joel Hernández Santiago, uno de los más calificados editores del país, se hizo cargo de la copia, edición y lanzamiento de la obra.
Hubo cien ejemplares con papel de época y tintas similares al original, una verdadera hazaña seguramente nunca igualada en el país y seguramente en muchas otras naciones.
El resto, copias exactas con tintes iguales que difícilmente podrían distinguirse del original.
Vehículos blindados y hombres fuertemente armados se hicieron responsables del transporte y la vigilancia del proceso. Fue una labor bellísima que a sus protagonistas debe llenarlos de orgullo, seguramente.
Al concluir el proceso, cuando entregaban al presidente la copia exacta del documento hecho con papel recolectado de sobrantes de documentos de la época, el senador Riva Palacio, con esa voz tenue, amable, que lo caracterizaba, le dijo a De la Madrid que la Cámara Alta se sentiría muy orgullosa y distinguida si se le nombrara guardián de esos papeles.
Y para que se entendiera bien, agregó: adquiridos con los recursos de todos los mexicanos.
El mandatario que seguramente como buen tecnócrata ni siquiera tenía idea del valor histórico del obsequio que le había hecho Nafinsa, accedió con gesto grandilocuente y el legajo pasó a la custodia –que no propiedad—de la institución.
Nunca más hemos sabido de los recursos históricos con que cuenta el Senado. Entre ellos los implementos de escritorio de Belisario Domínguez, la pluma el tintero, el secante. Así hay más que valdría la pena, ya que el recinto de Xicoténcatl tiene un uso relativo y muy esporádico, que se montara una exposición permanente de estas riquezas que por ahora debemos aceptar que ni siquiera existen. Un grupo de estudio podría ser el custodio y quienes informen a los interesados en esta etapa de la historia, casi desconocida: la diplomacia del México Insurgente.
Con una ventaja suplementaria. Sabríamos si todavía poseemos esas riquezas o ya pasaron al acervo de alguna biblioteca particular. De esas que sirven de adorno pero nunca para consulta.
(Dibujo del memorable Abel Quesada)