De memoria
Carlos Ferreyra
Como acertadamente decía el descuartizador de Londres, vamos por partes. Estuve consultando toda suerte de textos para entender lo que es la democracia, todo, para llegar a un destino: democracia es el mando de las mayorías, digamos, pues, que el mandato del pueblo.
Dudé si antes de que la descubriésemos, en 2000, no había democracia, entonces por qué el pueblo votaba aún si se trataba de un partido único o no, porque también estaba el Partido de Acción Nacional y esporádicamente tomaban parte otros institutos, unos de izquierda verdadera y otros conservadores o francamente derechistas como los filocristeros.
Un día, José López Portillo y Jesús Reyes Heroles, intelectuales progresistas dentro del sistema tricolor, decidieron que era hora de darle oportunidad a quienes ni siquiera se la habían ganado. Inventaron los toros de regalo, esos legisladores que sin pasar las pruebas de las urnas son ungidos como padres de la Patria.
Y le consiguieron para el país el mote de progresista, lo calificaron a partir de entonces como democrático y de avanzada y siguieron así, regalando posiciones a la imaginaria oposición… hasta la fecha en que los que llegaron en forma digamos irregular y, repetimos, sin pasar la prueba de las urnas, se apoderaron de los cargos y los ocupan hasta la fecha.
Pero ya somos demócratas, ya no somos la dictadura perfecta de Mario Vargas Llosa que nunca se atrevió, o no le mereció la pena ocuparse de las tiranías bipartidistas que pululaban en Suramérica. O la paradigmática de Estados Unidos, donde los plutócratas dueños del país, se expresan por la cómoda vía de dos partidos. Iguales, pero distintos, unos burros, otros elefantes.
Así, se podía mencionar también a Venezuela, a Colombia, a casi todo Centroamérica donde únicamente dos partidos tenía registro y participaban en los comicios. Ellos sí eran demócratas.
Como mis dudas crecieron, busqué en el pensamiento de Nelson Mandela y encontré un discurso suyo en el sur de Argentina, donde privaba el peronismo, esa suerte de fascismo tropical mezclado con el ese cierto acomplejamiento nacional europeo, donde el héroe de mil batallas, ejemplo actual para quienes creen en el pueblo expresó:
“Si no hay comida cuando se tiene hambre, si no hay medicamentos cuando se está enfermo, si hay ignorancia y no se respetan los derechos elementales de las personas, la democracia es una cáscara vacía, aunque los ciudadanos voten y tengan parlamento”.
Pensamiento breve pero sustancioso. Resume en tres líneas lo que está sucediendo no sólo en México sino en el resto de un mundo preocupado por el precio del petróleo, el comercio internacional, las finanzas universales. En fin, rubros en los que no caben la masa, los desempleados ni los muertos de hambre.
En las palabras de Mandela también se adivina desencanto con los partidos políticos, esos entes muy concretos que se han apoderado de la que pudo haber sido una ventana al mando de las mayorías, pero que ha terminado como negocio de unos cuantos, en fuente de riqueza sin fin. Aquí y en Conchinchina.
Durante décadas sufrimos al PRI, luego nos mostró su lado malo el partido amarillo y donde gobernó, lo exhibieron los azules. En síntesis, la democracia es una ilusión, una mala broma.
Juan de Mariana, jesuita, hace tres siglos definió la definió así:
“La república, verdaderamente llamada así, existe si todo el pueblo participa del poder supremo; pero de tal modo y tal templanza que los mayores honores, dignidades y magistraturas se encomienden a cada uno según su virtud, dignidad y mérito lo exijan. Mas cuando los honores y cargos de un Estado se reparten a la casualidad, sin discernimiento ni elección, y entran todos, buenos y malos, a participar del poder, entonces se llama democracia…”
En el momento presente, ¿dónde nos encontramos? Entre tómbolas pejistas y recolección de desechos del PRI, ocultación de bienes familiares y envío de hijos y esposa a vivir tranquilos al país del norte, hemos pecado de temerarios, como afirmaba Juan de Mariana, al pretender igualar a quienes una virtud superior ha hecho desiguales.
Y esa virtud, lo vemos en nuestro mundillo político, no es el reino de la inteligencia, de la capacidad, del trabajo sino la complicidad y la unión de intereses para garantizar la permanencia en el círculo del poder. Todos metidos en el mismo bote de excrementos, pero todos satisfechos porque seguirán gozando sus privilegios.