Carlos Ferreyra
Honduras fue mi primera asignación periodística en el extranjero. Antes había estado en Cuba pero con encargos específicos así que la experiencia en la nación centroamericana tenía atractivos distintos. Y más interesantes.
Honduras tiene recuerdos que guardo con gran afecto por ese país. Fue la primera ocasión que supe que no todo fuera de México es Cuautitlán, desde ese lado cubrí la guerra con El Salvador y presencié el más extraño, increíble y cuasi cómico golpe de Estado.
Cuando mi agencia me ordenó viajar a Honduras, payo siempre, lo único que se me ocurrió fue acudir a los mostradores del aeropuerto, que eran abiertos y con puertas cristaleras a las pistas, donde se abordaba mediante una escalera común y corriente. No como las de los bomberos, claro.
Fui, pregunté “onde pa Tegucigalpa”, me dijeron, compré mi boleto, el más caro y me subí a la rústica aeronave. En primera clase solo yo y dos aeromozas que dedicaron todos sus afanes a mi atención. Probé por primera ocasión el caviar y me repletaron de champaña hasta que me salía por las orejas.
No me emborraché pero agarré una suerte de mareo que actualmente ver una copa de alcohol estando arriba de un avión, me provoca un enorme malestar.
Llegué a Tegucigalpa, me alojé en un hotel céntrico, modesto porque no había más y en la noche, hombre de mundo, fui al bar a tomar un jaibol. Pedí güisqui con Tehuacán. La cantinera sonrío y me dijo “usted es mexicano…” sorprendido inquirí cómo lo había sabido. Me dijo, “sólo a un mexicano se le ocurriría pensar que Tehuacán equivale a agua mineral”.
Duré muchos días en la ciudad. Recorrí de cabo a rabo el Distrito Central integrado por Tegus y por Comayagüela, población gemela dividida por un puente en cuyo extremo está el Palacio de Gobierno.
Años después en uno de los extremos del puente me tocó presenciar un golpe militar. En mi agencia me indicaron que debía estar tal día a partir de las siete de la mañana, en ese lugar porque habría una rebelión castrense.
Fue bastante curioso. A la hora mencionada me coloqué en el lado de Comayagüela. Esperé y esperé sin que pasara nada. Una hora después, llegó una tanqueta ligera, artillada, se colocó junto a donde yo estaba, apuntó su arma al Palacio e inmediatamente presenciamos la esperada revuelta.
Un cuarteto de entorchados se bajó de un auto gringo grandote. Entraron al Palacio y escasos minutos después acompañaron a un viejo agradable a la puerta. Se despidieron como corresponde a los caballeros, llegó un taxi y el hasta ese momento mandatario se fue a su hermosa casa en un Parque, Copán, en las alturas de los alrededores.
La tanqueta se fue por donde había llegado. Curioso y sintiendo que en alguna parte había perdido la nota, a pesar de que era el único periodista presente, fui con el Capitán Efraín González, el mismo que sería después vocero en la Guerra del Futbol, y le pedí información.
Comentó que no había noticia porque se trataba de un relevo institucional de los mandos nacionales. Alguna zarandaja parecida, así que envié mi nota de la que me pidieron confirmación porque los teletipos de las demás agencias estaban tranquilos.
Tiempo después, en la guerra Honduras—El Salvador, con mi amigo José Antonio Rodríguez Couceiro, de la agencia gachupa EFE, nos pasó algo similar. Sin saberlo dimos la noticia al mundo del bombardeo inicial de los salvadoreños a territorio hondureño.
Lo mismo, nos pidieron confirmación. Pero esa es otra historia en la que vimos masacrar hondureños en el campo de batalla, mientras masacraban a los salvadoreños en calles de los barrios capitalinos, donde se desató una cacería infame, cruel.
En Honduras también tuve experiencias amables, alegres. Por ambas razones me siento especialmente triste por las noticias que llegan de un pueblo cercano a mi corazón, víctima siempre cuando no son los delincuentes, narcos, maras, son los políticos.
Recuerdo que en los lejanos tiempos que recorría con frecuencia la geografía centroamericana, se hablaba de catorce familias dueñas de la riqueza total del país. No supongo que eso haya cambiado.
Y si en algo se parecen a los mexicanos, se habrá agravado con el aumento de las impensables fortunas.