Carlos Raúl Navarro Benitez
Un día y otro también las estampas de la ignominia que circundan son aterradoras. Retratadas, reproducidas en imágenes, narradas, redactadas danzan en un tiovivo espeluznante. Quienes las registran profesional y valientemente están siendo sacrificados. Una mayoría timorata y mercenaria no lo practica. Los menos son acribillados, masacrados con nuestra complicidad. Se están inmolando.
Hasta que no quede ninguno. Ni huella. Que no, que no! Desde el poder y la avaricia se impone el silencio a los indolentes. Un mundo infeliz nos aguarda. De unanimidad pasmada. Fofa. A los ultimados les aguardan los que siguen. Grotesca fórmula de aniquilamiento. Los sacrifican tal cual animales. ¿Quieres que los cuente otra vez?
La tragedia del país que vira de vez en cuando a comedia es que tampoco queremos darnos cuenta que estamos todos muertos. Nos suicidamos. Hace varias generaciones. Los asesinamos. Se desaparecieron. Los levantaron. Se torturaron. Este territorio ensangrentado convertido en enorme cementerio. Tupido de fosas clandestinas desenterradas por doquier.
Los que no circulan en sentido contrario a la vida cual difuntos, lo hacen como zombis ciegos, sordos y mudos. Exterminados por indiferentes, cómplices, desamorosos, pusilánimes, miedosos, soberbios, egocéntricos e insensibles. Nosotros. Tú y yo. No tenemos salvación.
Mal morimos en un infierno. Dantesco. Sálvese el que pueda es consigna. A diario, el horror nos ronda. Individual y colectivamente. Niños, mujeres y viejos son blanco permanente y preferido. Pululamos en el campo de concentración cada vez más famélicos esperando turno para ser sacrificados a partir de nuestra dosis letal de gas tóxico.
Nubes producidas por todos y ninguno. Se ahogan en las urbes. Aunque ya no hay rincón a salvo. Rios y planicies devastados tupidos de basura penetrados de toxinas. Agroquimicos insalubres. Tala rasa de árboles. Multiplicación de paramos y desertificacion generalizada. A las abejas les declaramos la guerra. Polinizacion exhausta. Mares también yermos carentes peces. Mareas y olas de plástico y desperdicios. Agua escasa y pútrida.
Más temprano que tarde nos alcanzará la inanición. ¿Quien enterrara al último sobreviviente? ¿Cuál cerrará la puerta en la biosfera vulnerada? Unos creen pulular por el purgatorio cuando se sancochan cotidianamente en el infierno. Los templos huelen a azufre. Evangelios del Apocalipsis Now.
Desconfiamos de todos. Tampoco existe lugar seguro. El juego de policías y ladrones de la infancia muto. No se sabe quién es quién. Carecemos de capacidad para identificar santos de pecadores. Proliferan rudos enmascarados que jamás aceptan reglas. Ni hay árbitros confiables, justicieros. Ojo por ojo. Colmillo por colmillo.
Ante tamaña desolación, una porción significativa decidió inmolarse. Ante observadores indiferentes. Unos optando por el martirio ejemplarizante, y otros, simplemente abandonando este campo de batalla de la cotidianidad yerma, trémula. Discretos, desilusionados. Presos de la depresión. Del tedio. De la normalización de las patologías.
Frente a la cobardia generalizada y complaciente del poco respetable público. Mirones de palo. Cobardes. Puuuuutos…. Exhalaría la vociferación futbolista.
Los que buscan a sus víctimas y encuentran a los responsables así como los narradores del infortunio criminal sabían que los exterminarían. Les asesinarían. A mansalva. A sangre fría y con total, absoluta impunidad. El vulgo los tachara de inconscientes de temerarios de locos. La propaganda oficial les endilgara todo tipo de pecados mortales. Así se estila.
Aun así se mantuvieron a la intemperie sin ninguna protección. Se inmolaron para despertarnos de nuestra modorra. Del marasmo colectivo. Del pasmo esterilizador. Si permanecemos mirando a otro lado, impertérritos, los de más acá serán sacrificados. Y más pronto que tarde, de lo que imagine, lo seremos tú y yo.
Así se produce, se induce el holocausto. En esta secuencia cotidiana, impune de exterminio, de desolación se está pavimentando el camino para un magnicidio. O para que se desplieguen los militares y usurpen el poder. Que mi boca se haga chicharrón. Siscale… siscale… diablo panzón.