Nadie sabe hoy cómo será la tormentosa jornada del cercano dos de abril, fecha en la cual se disiparán los humos del capricho de Trump con sus intermitentes y amenazadoras alcabalas en contra de México.
En esa fecha (pueril ocasión para el “Dia de los tontos” en EU), se sabrá si padeceremos los aranceles a las exportaciones; si se nos exige algo más a cambio de una nueva suspensión (a lo cual soberanamente accederemos con un encendido canto afirmativo) o si aquel decide olvidar temporalmente el asunto.
En cualquier escenario la opinión de los mexicanos no tendrá ninguna importancia ni cambiará las cosas. No es un tema bilateral, tampoco una partida de ajedrez diplomático; es una baladronada (o no), de consecuencias imprevisibles, de un loco en el poder americano.
Pero el dos de abril es una fecha memorable en la historia mexicana y en concreto de nuestra interminable pugna contra las fuerzas extranjeras.
En esa fecha, en el año 1867, Porfirio Díaz terminó con las fuerzas imperialistas en Puebla, le allanó el camino a Benito Juárez para regresar al Palacio Nacional, le entregó poco después la capital tomada por sus tropas sin disparar ni un solo tiro (esos eran verdaderos abrazos, no balazos) y recibió a cambio la ingratitud del otro oaxaqueño, del patricio, del benemérito.
Y –como decía JEP– muerto el general Díaz, nació –rencoroso–, Don Porfirio. Caro se la cobraría el héroe del 2 de abril.
Pero cuando todavía era un héroe de la patria, Díaz escribió algo memorable. Bueno sería –a la hora de los intentos de negociación con el extranjero–, recordar los términos de esta proclama victoriosa, aunque vencer no sea la constante de los afanes nacionales.
“…Mucho esperaba de vosotros: os he visto acudir sin armas al llamamiento de la patria para armaros en Miahuatlán y en La Carbonera, en Jalapa y en Oaxaca, con los fusiles quitados al enemigo.
“Habéis combatido desnudos y hambrientos, dejando a la espalda un rastro de gloria; y, sin embargo, vuestras hazañas en Puebla han ido más allá de mi esperanza.
“Una plaza, no sin razón denominada invicta, y que los primeros soldados del mundo no pudieron tomar por asalto, ha cedido a un solo empuje de vuestro brío. La guarnición y el inmenso material de guerra acopiado por el enemigo, son el trofeo de vuestra victoria.
“Soldados: merecéis el bien de la patria.
“La lucha que la desgarra no puede ya prolongarse.
“Acabáis de dar la muestra de vuestro valor irresistible.
“¿Quién osará medirse con los vencedores de Puebla? La Independencia y las instituciones republicanas no vacilarán ya: está seguro de no ser conquistado ni oprimido el país que tiene hijos como vosotros.
“Intrépidos en el combate y sobrios en el uso de la victoria, habéis conquistado la admiración de esta ciudad por vuestro denuedo, y su gratitud por vuestra disciplina.
“¿Qué general no tendría orgullo en hallarse a vuestra cabeza? Mientras cuente con vosotros se reputará invencible vuestro amigo Porfirio Díaz.”
Y sí: Díaz muchos años después, en 1911, fue derrotado, pero no vencido. Hoy le siguen temiendo a su cadáver exiliado.
De sus palabras reviso estas: “La Independencia y las instituciones republicanas no vacilarán ya: está seguro de no ser conquistado ni oprimido el país que tiene hijos como vosotros”.
–¿Cuántos hijos cómo aquellos tiene todavía México? No lo sé. No lo hemos probado.
–¿Todavía significan algo las instituciones republicanas en medio de este desaguisado exterminador del Poder Judicial entre otros y la motosierra de la Cuarta Transformación contra órganos autónomos, el Infonavit y algunos órganos más cuya enumeración sería farragosa e innecesaria?
No lo sé tampoco.
Para responder mis preguntas necesitaría hablar con los sabios de la 4-T. Alguno con luces para explicar las cosas ahora cuando se acerca otra batalla en un dos de abril, ciento sesenta y ocho años después.
Rafael Cardona
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