Fuera de toda proporción un espontáneo patriota le preguntó ayer a la titular del Poder Ejecutivo:
–¿Está el Ejército Mexicano preparado para, en caso de que en Estados Unidos, ahora que llegue al gobierno Donald Trump, se llegue (llegue, llegue), a cualquier tipo de invasión a México por el dado caso de enfrentamientos en contra de los cárteles mexicanos?, ¿si el Ejército Mexicano sí está preparado para esas acciones?
Y ella, impertérrita respondió:
—No va a ocurrir… No va a haber una invasión, eso no es un escenario que tengamos en mente…
“…Y, de todas maneras, tenemos nuestro Himno Nacional”.
Es cierto, ¿cómo lo podría alguien olvidar? Aquí o allá.
El himno nacional, uno de nuestros símbolos patrios ya existía desde 1854, en una versión un poco más grande de como ahora lo entonamos, henchidos de orgullo, amor patrio y orgullo mexicano desde la temprana niñez.
El himno, cuya calidad literaria nadie se atrevería a discutir, como tampoco podría soslayarse la hermosura de su música (obra por cierto de un español cuyas disculpas por la conquista no se conocieron jamás), fue —como todos sabemos— producto de un concurso cuya finalidad fue estimular los sentimientos nacionales lastimados por la gravísima derrota militar de 1846-48, cuando los Estados Unidos mutilaron para siempre el territorio nacional.
Es decir el himno fue posterior a la invasión americana. Si las cosas hubieran sido de otra manera en la perdida batalla de Churubusco, el general Pedro María Anaya le podría haber dicho a Winfield Scott, el general al mando de las tropas estadounidenses, “si hubiera himno usted no estaría aquí”.
Pero por desgracia para la resistencia de la ciudad, no había ni armas ni tampoco himno cuya música contuviera bombazos y fusiles.
Ahora sí hay. No se si armas suficientes para contener a los ejércitos imperiales en cualquiera de sus versiones aventureras, la dura o la blanda. Pero himno, sí tenemos.
Así pues, estamos tranquilos.
Nada nos puede ocurrir, sobre todo porque cuando nuestra presidenta hizo tal invocación, la acompañaban –para que aprendan–, el doctor Alejandro Gertz Manero, fiscal general de la República; el maestro Omar García Harfuch, secretario de Seguridad y Protección Ciudadana; el General Ricardo Trevilla Trejo, secretario de la Defensa Nacional; el Almirante Raymundo Pedro Morales Ángeles; el General Hernán Cortés Hernández, Comandante de la Guardia Nacional; y la maestra Marcela Figueroa Franco, titular del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública.
A ver, a ver…
Si contuvimos una epidemia de Covid con la sola exhibición de escapularios y “detentes” (bueno, también con vacunas “Patria” por millones), bien frenaremos cualquier intento extranjero de profanar con sus plantas nuestro suelo o mancillar de cualquier forma nuestra bien protegida soberanía nacional.
Así pues nunca más se podrá escribir una historia como esta, consignada en el libro “México en guerra 1846-1848” (de varios autores, editado por el Conaculta en 1997):
“…Para entretener a los soldados (yanquis) se pusieron en operación gran cantidad de diversiones, funciones de teatro, de circo; bailes, billares, paseos, corridas de toros, peleas de gallos, juegos de mesa, cantinas, prostíbulos, etc…
“A quince días de ocupada la ciudad ya estaban abiertos los teatros Principal, Nacional y Nuevo México que daban funciones diarias… los oficiales comenzaron a esparcirse en clase de alojados por todas las casas de México, y elogiando las bellezas del país y de las señoritas mexicanas, iban poco a poco formando relaciones e inspirando confianza a las familias…”
Pero todavía no teníamos forma de “himnotizarlos”.
Rafael Cardona
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