El Cristalazo

El silencio de los pasmarotes

Publicado por
Héctor García

Pasmarote es una persona embobada, aturullada, estupefacta, sorprendida, por algo. Casi siempre por cosa de poca monta, según dice el lexicón. Pasmarotada, son los ademanes para fingir el pasmo, ya llevado a condiciones de enfermedad.

En este país ese ánimo de estupefacción; de agarrotamiento, de resignado silencio ante cosas graves, como si no fuera peor, lo han tenido todos integrantes y defensores de los extintos órganos autónomos constitucionales cuya existencia –tras innumerables advertencias desde tiempo del gobierno anterior–, la Cuarta Transformación cortó de tajo hasta desaparecerlos jurídicamente a través del decreto del pasado 20 de diciembre.

Pero el exterminio no termina con la cesación de sus funciones. Sus decisiones, tomadas cuando aún tenían facultades jurídicas, mientras seguían siendo un órgano constitucional (hasta la fecha ya dicha), serán objeto de nulidad sin proceso alguno. Y si lo hubo, no se conoce.

El caso más reciente es el del Instituto Federal de Telecomunicaciones. La presidenta de la República lo ha acusado de otorgar como postrer regalo una pila de concesiones cuya vigencia y efectos se van a anular.

–¿Por qué? Pues por esto:

“El IFT –dijo la titular del Poder Ejecutivo–, regaló unas cuantas concesiones antes de cerrar, que se van a echar para atrás. Ya lo vamos a presentar aquí (en la conferencia de prensa de cada mañana)… fue un albazo, pero no va a proceder. Vamos a explicar lo que hicieron” (La jornada,27 dic.24).

Ya vendrá la unilateral explicación, y la boca cerrada del otro lado.

El tema aquí no es si la presidenta obra justamente o no; si debe o no hacerlo; si cumple con su inherente deber de legalidad o con una materia pendiente del gobierno anterior o cualquier otra consideración. Si lo hace es porque puede. Para eso es el poder; para poder.  Y punto.

Lo notable aquí es el prolongado silencio de los pasmarotes.

Ni una palabra, ni un comentario, ni una queja. Y no solamente ahora: desde el inicio de esa maniobra gubernamental de “acoso y derribo” ahora ya terminada, a la cual fueron sometidos todos los órganos autónomos desde el inicio del gobierno pasado, y frente a cuyos amagos únicamente guardaron el resignado silencio de los corderos en el matadero.

Thomas Harris –en lugar de un borreguito sobre una mesa, con el cuello apaciguado y los ojos a medio morir bajo la faca del matarife– los habrían utilizado para ilustrar la portada de su macabra novela “The silence of the lambs”, traducida en México para su versión fílmica en la serie del doctor  Hannibal Lecter, como el silencio de los inocentes.

Se quedaron callados desde el principio.

Todavía en estos días cercanos –otro ejemplo– el pleno (incompleto) del Instituto Nacional de Acceso a la Información y Protección de Datos Personales (INAI), fue a perder su poco tiempo de vida en reuniones con la secretaría de Gobernación quien muy comedida les ofreció sápidas raciones de atolito con el dedo, mientras desde la presidencia se reiteraba la decisión gubernamental de extinguirlos con un matamoscas.

La fuente ya citada publicó:

“…El Instituto Federal de Telecomunicaciones no hizo público comentario alguno respecto a las declaraciones de la Presidenta. En el Diario Oficial de la Federación (DOF) del 27 de diciembre, fue publicado el decreto con el que se formalizó la extinción de siete organismos autónomos, entre ellos el IFT, cuyas operaciones se trasladarán al ya existente Organismo Promotor de Inversiones en Telecomunicaciones (Promtel). El IFT era, hasta antes de la reforma, independiente en sus decisiones. A su cargo estaba la regulación y supervisión de uno de los sectores claves de la economía en el mundo actual, que es la relacionada con las telecomunicaciones”.

Pues ese sector clave en la economía contemporánea ahora queda bajo el absoluto control del gobierno, como era antes del nocivo, pernicioso, inhumano y rapaz periodo neoliberal.

RAFAEL CARDONA

                                            –0–

 

Compartir:
Compartir
Publicado por
Héctor García