Jesús Silva-Herzog Márquez, analista político, comentó que muchos pensaron que Trump era una aberración, un accidente que se apartaba a tal punto de la tradición que duraría muy poco. Su derrota hace cuatro años parecía confirmar esa ilusión. Cuando lo derrotó un político de centro, un hombre viejo y aburrido, parecía que las cosas se enderezaban. Estados Unidos regresaba a la normalidad después de la sacudida populista. Lo mismo podía pensarse de la victoria de López Obrador hace seis años. Podía decirse que su victoria era un castigo bien merecido a la política tradicional, pero que terminaría siendo, al final del día, un paréntesis en el camino democrático. Hoy queda claro que el populismo es el signo de nuestra era. El gran desafío de las democracias liberales. No es un fenómeno local ni será fugaz. Llegó para quedarse y más nos vale entenderlo. Ha sido una manera exitosa de movilizar el descontento, pero es mucho más que una simple estrategia de repudio electoral.