Mucho se ha comentado en esta semana la obra de dos de los premios Nobel de Economía por su aportación a la pregunta de por qué algunas naciones fracasan y otras prosperan.
La mayoría de los colegas señalan correctamente que Acemoglu y Robinson concluyen que el quid de la prosperidad duradera está en la fortaleza de las instituciones que protegen de manera los derechos de propiedad y que permiten la participación económica incluyente. En sentido contrario, aquellas naciones que se sustentan en instituciones extractivas e impiden la participación de los trabajadores en el reparto de la riqueza, acaban por fracasar (Por qué fracasan los países, 2012).
La lógica es que las instituciones y el Estado de derecho dan a los empresarios, a los trabajadores y a los ciudadanos certeza. Un espacio en el que saben de antemano qué se puede hacer y qué no. Qué es permitido y qué está prohibido.
México, se entiende, ha pertenecido y sigue perteneciendo a este tipo de naciones. Nos gusta más extraer rentas y repartirlas entre unos pocos que innovar. Nos gusta más la discrecionalidad del ejercicio del poder que someternos a las leyes. Nos gustan más las instituciones que se pueden cambiar a modo y modelar de acuerdo con lo que conviene a los poderosos en cada momento de la historia.
Vale.
Menos atención ha recibido la tesis del libro más reciente (2019) de estos dos autores que lleva por título El Pasillo Estrecho, 2019. Sin abandonar su teoría institucional y de certeza jurídica, los autores introducen un tercer elemento central que explica la diferencia entre las naciones prósperas y las que no lo son: la sociedad.
El libro es rico en datos e interpretaciones, pero quiero poner la atención en lo que ellos llaman el Red Queen Effect refiriéndose a la Reina de Corazones del “cuento” Alicia en el País de las Maravillas de Lewis Carrroll.
La Reina de Corazones es el Leviatán, el Estado que quiere hacer lo que le viene en gana. Alicia es la sociedad que corre detrás o junto a ella en una carrera desaforada por mantener a la reina a raya.
“(…) en la lucha de la sociedad contra el Leviatán, si la sociedad se relaja y no corre lo bastante rápido para mantener el equilibrio entre ambos, para seguir el ritmo del poder creciente del Estado, el Leviatán puede convertirse con rapidez en uno despótico”. Necesitamos a la sociedad para mantener al Leviatán bajo control y cuanto más poderoso y capaz sea el Leviatán, más poderosa y vigilante debe hacerse la sociedad”. También, dicen los autores, el Leviatán debe correr rápido, tanto para expandir su capacidad ante nuevos y formidables retos, como para mantener su autonomía que es fundamental para resolver disputas y hacer cumplir las leyes de manera imparcial.
Lo que haga el Estado depende del equilibrio entre éste y la sociedad. Si el Estado y las élites se vuelven demasiado poderosas, terminamos con un poder despótico. Si el Estado y las élites se quedan atrás o rezagados, terminamos con un poder ausente.
Leonardo Núñez lo ha resumido de manera brillante en un tuit: “No sólo importan las instituciones: la clave de la prosperidad y la libertad es el poder de la sociedad para obligar al gobierno a rendir cuentas”.
De eso se trata el México de hoy. Respecto a la sociedad, el Leviatán corrió y sigue corriendo a toda velocidad para concentrar todo el poder posible. La sociedad se ha quedado atrás en esa carrera y nos acercamos a la autocracia: sin contrapesos ni institucionales ni sociales.
En esa lógica se inserta la absurda reforma judicial que no hará sino crear incertidumbre y se inserta también la determinación de desaparecer o debilitar a los órganos (instituciones) que se crearon durante tres décadas para controlar al poder.
La sociedad no está corriendo a la velocidad requerida y el resultado está siendo un Estado que se aleja con cada vez más poder, sin contrapesos y sin ataduras al escrutinio de sus ciudadanos.
Paradójicamente, junto con este cansancio o desaceleración de la carrera social hay una parte de ella que corre mucho más rápido que el Estado: el crimen organizado. El resultado, un Estado ausente, un Leviatán capaz de silenciar a sus críticos, pero que, a la hora de la verdad, se revela como uno de papel.
La conclusión por pesimista que resulte creo que es precisa. Así que no queda más que el Estado corra más rápido que los criminales y la sociedad corra tan rápido como el Estado.
Ese es el pasillo estrecho en el que podríamos encontrar la prosperidad. Necesitamos un equilibrio entre Estado y sociedad. No lo está habiendo. La Reina Roja, el gobierno, está corriendo muy rápido y Alicia, la sociedad, se está quedando atrás.