Hace mucho tiempo, en el estacionamiento de Radio Fórmula en avenida Universidad me encontré con Andrés Manuel.
Y no me pregunte cual, pues sólo ha habido uno y ninguno otro habrá en la historia de México así ahora nos haya endilgado a un heredero en la omnipresente organización electoral del movimiento Morena cuyo futuro desde ahora se adivina conflictivo: ¿podrá el feminismo prolongar el primer mandato mujeril de México o se prepara desde ahora la sucesión dinástica así se salte un periodo?
Hagan apuestas, si les parece.
En aquella ocasión, referida al inicio de esta columna estaba de moda aquella frase publicitaria pero certera: es un peligro para México. En broma yo dije, eso es injusto, “es un peligro para la humanidad”. Pero hay bromas riesgosas y esa fue una de ellas.
Hoy, cuando ese hombre de peligrosa inteligencia cesa en el Poder Ejecutivo es momento de analizar su trabajo y convenir en una simple frase: si de veras se va a ir, hágalo de verdad. Perder el Ejecutivo no es perder el poder.
Cuando el hoy ex presidente afirma sin rubor, no acostumbro decir una cosa y hacer otra, prolonga el infinito catálogo de sus mentiras. Y pongo como ejemplo, nada más la más grande todas ellas. Cuando se hablaba tempranamente de la sucesión presidencial, decía una y otra vez: a mi que me den por muerto.
Después vino la obsesiva, incansable, determinada búsqueda del poder bajo la negativa declarada de no buscar el poder de manera obsesiva, incansable, y determinada: no me importan los cargos; no soy un ambicioso vulgar. Dos mentiras más.
El hombre cuyo apetito no se iba a saciar con el cargo, hasta se inventó uno para ejercer en el infinito campo de los símbolos la “presidencia legítima”. Aquel acto teatral se convirtió algunos años después, en una ceremonia republicana y constitucional.
Hoy no son necesarias las precisiones ni las fechas porque esta reflexión se quiere dedicar más a la forma de pensar y actuar y no tanto al recuento de las cosas ya sabidas.
Andrés Manuel instauró una nueva forma de gobierno: la palabrería cotidiana para disfrazar las acciones ya decididas en el gabinete o el despacho, las maniobras, las complicidades, todo detrás del fulgente escudo de una reiterativa verdad formada con falacias.
Mentiroso contumaz, nunca dejó a su mano izquierda conocer las acciones de la mano derecha y en el barullo de las conferencias matutinas, aturdió a las masas, exhibió riesgosamente a los críticos, olvidó a los amigos y engañó con escapularios milagrosos casi a todos, menos a los muertos por la desatención durante la pandemia mal enfrentada, por ejemplo..
Si, pues, nos dice: me voy, pero muchos dudamos de su sinceridad. Ya son demasiadas pruebas de una incurable mendacidad y si hubiera algún indicio, baste y sobre la expresión climática del misterio de aclimatarme al cálido clima de la selva Lacandona, durante un tiempo no determinado todavía, a dos mil metros sobre el nivel del mar en la CDMX.
Pero si así fuera en estos tiempos la distancia geográfica no significa absolutamente nada. La aldea digital destruyó a la rosa de los vientos. Estar aquí o allá, es igual a estar allá. Lo importante son las intenciones y las intervenciones.
Muchos han querido encasillar al saliente personaje en una definición. Estadista lo llaman y es lo más alejado de su personalidad. Otros le dicen redentor de los humildes, pero se equivocan también porque sus actos de munificencia hacia los pobres son simple cosecha electoral, no justicia social.
Su más cercana clasificación lo coloca en el liderazgo de los grandes agitadores sociales. Los huracanes políticos cuya potencia arrastra a su paso cualquier cosa de manera inevitable.
Y eso no se quita yéndose a un rancho selvático.
Simplemente no se quita, como no cambian el color de los ojos ni la manera de ser.
Rafael Cardona
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