Andrés Manuel López Obrador tuvo TODO para pasar como el mejor o uno de los mejores presidentes de la historia. Llegó con indiscutible legitimidad, una victoria inobjetable, reconocida por sus opositores, con un bono de confianza de la ciudadanía que las encuestas ubicaban por encima del 80 por ciento, con estabilidad económica y sí, con problemas muy claros: inseguridad y corrupción.
Uno de sus mayores desafíos fue la pandemia, pero era también una oportunidad para trascender, la dilapidó, cayó en ridículos que lo seguirán a lo largo de los tiempos con aquello de los detente o los dislates de su zar antipandemia, (es un decir) quien lo pintó inmune y se contagió tres veces. El informe más serio que se ha publicado reveló que más de 300 mil mexicanos pudieron salvar la vida tras contagiarse de Covid si la gestión hubiese sido correcta. En materia de educación fue un desastre se produjo un atraso de dos años en el nivel básico y en la economía por lo menos un millón de empresas cerraron sus puertas. Que quiebren los que tengan que quebrar, habría dicho el mandtario.
En menos de dos semanas López Obrador estará fuera de Palacio Nacional la residencia que eligió, había dicho que no viviría en Los Pinos, que rentaría una casa en el centro, se fue al palacio…
Ya sin la investidura vendrá el juicio de la historia, salvo una sorpesa, que no sería tanto, que lo hiciese regresar, se irá al retiro en la finca de Palenque, Chiapas.
Termina con el mayor número de muertos de la historia, casi 200 mil, más de 50 mil desaparecidos, entrega cerca de la mitad territorio nacional con presencia de grupos del crimen organizado, policías locales disminuidas al mínimo, una guardia nacional con peores resultados que la extinguida policía federal, unas fuerzas armadas empoderadas.
El sector salud hecho pedazos, de los 50 millones bajo el amparo del seguro popular pasamos a 20 millones sin ninguna protección. No hay medicamentos, las vacunas escasas y malas, se rompió la cadena de distribución, se trajo médicos cubanos para subsidiar al gobierno de la isla.
En educación baste con señalar que por primera vez en la historia la matrícula bajó en más de un millón de alumnos, se le negaron apoyos para la investigación y el posgrado, el Conacyt se dedicó más a cobrar venganzas que a promover la ciencia y la tecnología.
El sector agropecuario está en condiciones precarias, bosques y selvas arrasadas por proyectos como el tren maya.
La economía cierra el gobierno de López Obrador con crecimiento inferior al uno por ciento, el más bajo en 40 años, AMLO prometió llevarlo al seis por ciento, la inflación sin control y creciendo, la inversión externa frenada, solo se registra reinversión para aprovechar las altas tasas de interés, una deuda gubernamental superior en siete billones de la que recibió.
Las obras emblemáticas inconclusas e inviables, Pemex y la CFE con pesadas deudas.
Las remesas, dinero de sangre que envían los paisanos, se ubicaron como la segunda fuente de divisas, sin que se acabe de aclarar de qué tamaño es el lavado.
La corrupción lejos de abatirse alcanzó niveles superiores a la documentada con Peña Nieto, el quebranto en Segalmex de dimensiones monumentales, la familia del presidente envuelta en negocios, contratos y conflicto de interés, con documentos, contratos, videos y otras evidencias que solo fueron desestimadas por la voz de Andrés Manuel. Cero investigaciones.
México quedó aislado del concierto internacional, se perdió liderazgo, se agravió a países y gobernantes.
¿Hubo cosas buenas? Por supuesto, no nos toca a los periodistas el recuento, basta con el poderoso aparato propagandístico que ha desatado el actual gobierno.
Y a todo lo anterior se debe agregar la división que Andrés Manuel López Obrador creo entre los mexicanos. Desde el primer día se empeñó en gobernar para los suyos, atacar, ofender y denostar a los demás.
Tuvo TODO para ser el mejor. Ya no lo fue.