La violencia criminal y el narcotráfico que golpean a México desde hace décadas no solo causa estragos en las víctimas directas. Investigadores internacionales han señalado que la masacre y desaparición de los estudiantes de Ayotzinapa generó un trauma colectivo. ¿Qué le pasa a la psique de un país sometido a estos niveles de presión?
Según el Índice de Paz México 2023, publicado por el Instituto para la Economía y la Paz, los homicidios anuales asociados a la delincuencia organizada pasaron de ocho mil en 2015 a 23 mil en 2022. Un alza de casi en 300%. Si bien consigna que las tasas de secuestro, trata de personas y delitos graves han disminuido en los últimos años, la de delincuencia organizada aumentó un 64,2% en ocho años. De acuerdo con Insight Crime, el año pasado se registraron 23,3 homicidios por cada cien mil habitantes.
«El gran número de víctimas deja cada vez más trauma a nivel personal, pero también de la sociedad», dice a DW Markus Gottsbacher, del Centro de Investigaciones para el Desarrollo (IDRC), en Canadá.
«A la sociedad mexicana se le ha causado un trauma psicosocial. Son impactos y daños que pasan desde una vivencia personal a una colectiva y social. Se van reproduciendo y teniendo un efecto no solamente en un tiempo determinado, sino transgeneracionalmente», indica a DW Clemencia Correa, directora de la organización de acompañamiento psicosocial Aluna, en México.
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«No son traumas individuales ni tampoco un conjunto de traumas. Es un trauma que se extiende totalmente en diferentes dimensiones de la sociedad y hace que el tejido social se vaya rompiendo poco a poco», añade Correa.
«El caso de los desparecidos de Ayotzinapa es una herida abierta, un duelo inconcluso que va a continuar mientras no se sepa la verdad. Se ha visto que los impactos del trauma perduran por mucho tiempo, son a largo plazo», señala a DW el psicólogo Alfredo Guerrero, profesor de la Universidad Nacional Autónoma de México, UNAM.
«En la psique colectiva hay un retraimiento, hay miedo, en casos extremos hay hasta terror», observa el especialista. Por su parte, Gottsbacher observa que «es difícil hablar de la psique de todo un país, sobre todo en uno tan heterogéneo. Hay muchas personas que viven en sus burbujas de una seguridad privilegiada, mientras otras enfrentan más directamente las violencias».
La psiquiatra Dení Álvarez reconoce «un cambio en la identidad, o sea, en la forma en que los propios mexicanos califican o definen su identidad como país. Empezamos a integrar en el imaginario social la violencia como parte de nuestro cotidiano».
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La inseguridad hace que las personas cambien sus hábitos, salgan menos o dejen de frecuentar ciertos lugares. «La violencia toca los espacios de convivencia social. Uno de los primeros efectos es el deterioro de la vida comunitaria», dice a DW la especialista del seminario de estudios sobre la globalidad de la UNAM.
«Todos los días se reportan hechos de violencia, desaparecidos, asesinatos, y también hay colusión de actores del Estado con el crimen organizado. Estamos viendo una banalización y normalización de la violencia«, subraya Gottsbacher. Esto se manifiesta en falta de empatía social con las víctimas y también hay cierta amnesia colectiva, una negación del problema.
«Son cifras tan grandes que se da una despersonalización. Al principio, estos crímenes horribles causaron mucho escándalo, pero ya no. Se cuelan la desconfianza, la rabia, la deslegitimización y estigmatización de las víctimas, lo que tiene impacto en la cohesión social», agrega el experto de IDRC.
La normalización, si bien es necesaria para que las comunidades no queden paralizadas en el miedo o el aislamiento, tiene connotaciones peligrosas, advierte Álvarez: «No se activan mecanismos para resolver de manera organizada el problema de violencia y facilita que se replique en otros espacios sociales. Niños expuestos a ciertas atrocidades eventualmente pueden considerar normal o aceptable la comisión de ciertos actos de violencia«.
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«El proceso de naturalización es como un mecanismo de defensa, ante décadas de violencia que implicaron traumas, temor, desesperanza, apatía y desconfianza», acota Guerrero. En su opinión, el pueblo mexicano tiene una alta capacidad de resiliencia y estima que la mejoría en algunos índices de criminalidad informados por el Gobierno estaría generando una disminución del miedo y un aumento de la confianza a nivel de la sociedad. Es un tema que actualmente investiga.
No obstante, reconoce con respecto al caso Ayotzinapa que, «si no hay verdad, no se encuentra a los desparecidos y se mantiene la sensación de impunidad, es difícil sanar la herida abierta de la sociedad».
Vivir en un continuo de violencia impide que la sociedad procese sus duelos. «El trauma psicosocial lleva a unos impactos muy profundos, incertidumbre y a una dinámica de las relaciones, que también están afectadas», señala Correa, la directora de la organización de acompañamiento psicosocial Aluna.
«Con los fenómenos de violencia se da una pérdida de la confianza moral, que es sobre todo la pérdida de la confianza en los desconocidos, las personas que no son miembros de nuestro círculo más cercano», afirma la psiquiatra Dení Álvarez.
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La coeditora del libro «Salud mental y violencia colectiva. Una herida abierta en la sociedad» indica que los grupos tienden a aislarse y disminuye la convivencia con aquellos que no se consideran familiares o conocidos, y mientras menos se convive en sociedad hay menor capacidad de organización comunitaria y esto, a su vez, dificulta impulsar el desarrollo local. Las redes de apoyo también son necesarias para que las víctimas puedan superar los eventos traumáticos.