Sobre la marcha
Ayer el presidente López Obrador festejó el primer sexenio de lo que, él y los suyos, llaman nuevo régimen. La cuarta transformación cristalizó en 2018 con más de 30 millones de votos, un tsunami democrático sólo superado hace un mes por la candidata de Morena a la presidencia, Claudia Sheinbaum, quien obtuvo más de 33 millones de sufragios a su favor.
La 4T goza de cabal salud. La 4T transita entre su primer y segundo piso con inédita normalidad republicana. El presidente saliente y la virtual presidenta electa, andan juntos de gira, comparten espacio y algo de poder, fijan en el colectivo la continuidad transexenal.
Y para que nadie se haga bolas, Claudia Sheinbaum aclara: “¿Tomar distancia de AMLO? Sería como tomar distancia del pueblo. ¡Eso jamás!”
Por cierto, el pueblo pone, el pueblo quita, ¿no? ¿Y la revocación de mandato? Imagen politiquera si se quiere, pero con sustento. Volvamos al sexenio uno de la 4T.
Para el inquilino de Palacio, los primeros años de la 4T han sido canijos, batalla épica contra la corrupción, contra la inestabilidad económica y a favor de la soberanía. La lucha a favor de los pobres, educación y salud públicas como logros innegables. Dice.
Lo cierto es que el primer piso de la 4T en el poder se parece, y mucho, al edificio histórico del PRI de la segunda mitad del siglo pasado. Una mayoría con apetito voraz que busca vencer, no convencer.
Un partido en el Poder que se articula como aparato de gobierno, el brazo político de la administración federal. La fuerza tomada del pueblo por la convicción de ser el único membrete, legítimo, para defenderlo de aquellos que no profesan su credo.
Hoy como ayer, vivir -políticamente- fuera del partido/movimiento es vivir en el error. Si hay tino y sentido popular, entonces habrá larga vida, los equipos transitarán de sexenio en sexenio, las corcholatas caídas serán recompensadas, habrá cuotas para los cuates, para los familiares y todo será bendecido por las urnas.
La 4T ha implantado -contra sesudos pero errados pronósticos-, una narrativa alterna a la realidad, retórica tempranera y cotidiana capaz de aglutinar todo el peso del Estado en la voz de un solo hombre.
Un sexenio de mañaneras donde lo que ha de suceder se anuncia, y lo que ocurre pero disgusta se desmiente, descalifica y ataca desde el mismo púlpito.
A la 4T hay que reconocerle una definición ideológica populista pertinente y consistente. Suficiente para que, a pesar de las medias verdades y propaganda sinfín, la gente recompense al movimiento y lo vote de nuevo.
Sensibilidad, oficio, vocación, talentos bien entramados le han permitido a la 4T edificar su historia, piso por piso. Y enfrente, una oposición extraviada y ambigua que paga el costo de medir mal, muy mal, al perseverante presidente que dice que ya se va; pero se queda.
Periodista, director de Emisoras Habladas en Radiópolis.